En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información aquí

CLUB VIVAMOS
Suscríbete
Disfruta de los beneficios de El Tiempo
SUSCRÍBETE CLUB VIVAMOS

¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo [email protected] no ha sido verificado. Verificar Correo

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión

Hola, bienvenido

¿Cómo está el clima en Bogotá?
¿Cómo se llama el hijo de Petro?
¿El pico y placa en Bogotá como quedaría para el 2024?

Noticia

La desagradable noticia de haber encallado

Una epidemia de viruela en Santafé de Bogotá originó la primera campaña mundial de vacunación.

Portada del “Tratado histórico y práctico de la vacuna” usado por los  de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna para enseñar la operación en las colonias españolas.

Portada del “Tratado histórico y práctico de la vacuna” usado por los de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna para enseñar la operación en las colonias españolas. Foto: Ilustración del libro ‘De brazo en brazo’

Alt thumbnail

Actualizado:

00:00
00:00

Comentar

Whatsapp iconFacebook iconX iconlinkeIn iconTelegram iconThreads iconemail iconiconicon
La goleta Nancy zarpó de Cartagena de Indias el 18 de mayo de 1804. Al mando de la embarcación viajaba el teniente de navío Vicente Varela, a quien le habían dado la misión de socorrer al bergantín San Luis, naufragado en las bocas del río Magdalena unos días atrás.
Cinco semanas duró la goleta patrullando las aguas del litoral caribeño hasta agotar los víveres, luego regresó al puerto con malas noticias. En el parte de entradas y salidas de buques guardacostas, el comandante de la Marina, Miguel Antonio Irigoyen, reportó que no se había podido rescatar el bergantín.
“Ya cuando Varela llegó —anotaba—, estaba casi enteramente en seco, desfondado e imposibilitado de sacarse”. El documento no daba ninguna información sobre la suerte de la tripulación ni de los pasajeros del San Luis.
La última travesía de ese pecio encallado, de esos maderos que algún día fueron un bergantín, había comenzado el martes 8 de mayo de 1804 en La Guaira, el principal puerto de la Capitanía General de Venezuela, unos 1.000 kilómetros al oriente. Casi nada se sabe sobre los pormenores del viaje y tampoco sobre el buque, salvo que era particular y había sido alquilado poco antes, a finales de abril.
Ese martes también se alejaba de La Guaira la corbeta María Pita, la misma que había traído de España a toda la expedición. El afán de atender la emergencia de Santafé de Bogotá había forzado la división del grupo. Los que embarcaron en la María Pita partieron desde La Guaira hacia el norte; los otros, sin saberlo, iban rumbo a naufragar en el principal río del virreinato neogranadino que se encontraba con el mar.
El peso y el espacio ocupados por el cargamento principal eran insignificantes, aun cuando su transporte había demandado tremendo aparataje: era la vacuna. El medio utilizado para la conservación del fluido no era menos importante. En este caso, cuatro niños escogidos en Caracas, probablemente huérfanos, eran instrumentos, reservorios, contenedores, viales ideales para conservar el pus fresco y activo. Niños vacuníferos, así llamaban a estos menores instrumentalizados en nombre de la salud pública.
Antes de zarpar y a lo largo del viaje se fue inoculando progresivamente la linfa bovina en el brazo de cada uno. La historia de la refrigeración de las vacunas aún no había comenzado, así que, a falta de una cadena de frío, una cadena de niños. 
Si los vacunadores a bordo del San Luis fueron fieles a las recomendaciones contenidas en el Tratado histórico y práctico de la vacuna —el libro del médico francés Moreau de la Sarthe que habían traído como guía desde España—, es probable que en vísperas del viaje, a algunos de los cuatro pequeños venezolanos se les hubiera practicado un vejigatorio en el brazo con el propósito de irritar la piel.
Con la punta de una lanceta previamente impregnada con el fluido vacuno se les habrían hecho dos, tres o cuatro punzadas. El manual recomendaba que la herida fuera superficial para evitar que la sangre expulsara el pus que se pretendía introducir y que el vacunador deslizara sobre los bordes de la abertura los dos lados de la lanceta.
Así aseguraba que todo el fluido quedara bajo la piel.
Lo más aconsejable era que el pus fuera tomado del brazo de un niño que hubiera sido vacunado unos nueve días atrás. En ese lapso ya se habría formado una ampolla roja en el centro y rosácea en los bordes. Varios adjetivos eran usados para determinar que el fluido que brotaba de ella estaba en su punto para ser inoculado en otro individuo: “diáfano y plateado”, decía en algunas páginas del libro; “claro, transparente y viscoso”, decía en otras.
Todo vacunado quedaba convertido en un potencial vacunífero. Hacia el noveno o el décimo día, los granos que se formaban en las heridas adquirían las características ideales para extraer de ellos las gotas del milagroso pus.
Un matiz comenzó a marcar una diferencia que adquirió proporciones kilométricas con el paso del tiempo. Pedro Hernández, autor del libro Origen y descubrimiento de la vacuna, no se detuvo a observar las diferencias que había entre el fluido tomado del brazo y el guardado en hilos o vidrios. Tenía la certeza de que, bien empacado entre cristales, podía conservarse por mucho tiempo y ser remitido a lugares distantes.
Las observaciones recogidas en la obra de Moreau de la Sarthe no echaban por la borda esa convicción, pero sí daban los primeros pasos para ponerla en duda. Había un método superior, y esa superioridad fue la razón y el resumen de la gesta descomunal que tenía lugar en el bergantín San Luis y en la corbeta María Pita. 
El médico francés reproducía el comentario de un colega suyo: “resulta pues de estas observaciones que el mejor modo de transmitir el pus vacunal es que el médico que va a vacunar lleve consigo un sujeto vacunado del que pueda sacar el humor para inocular brazo a brazo. Este medio es difícil, porque por más confianza que se tenga en el médico, será muy raro el vacunado que quiera salir de su país para ir lejos a hacer este servicio”.
El procedimiento, repetido en nuevos niños en tierra y en altamar, no solo hacía posible la inmunidad contra la viruela, sino que también permitía que la linfa viajara por el mundo sin perder su vigor. Cuatro hombres a bordo del bergantín San Luis tuvieron la responsabilidad de que así ocurriera en la mayoría de las colonias españolas de América meridional.
José Salvany Lleopart era un cirujano nacido en Barcelona el 19 de enero de 1774. Tenía 30 años, pero era enfermizo y enclenque. Aun así, se las arreglaba para compensar sus notorias debilidades físicas con grandes capacidades académicas, lo que le había valido ser el subdirector de la expedición y ahora el líder de los cuatro vacunadores de la subdivisión que viajaba en el bergantín San Luis.
Pensando quizás que el ambiente americano iba a ser benéfico para su salud, el enfermizo cirujano postuló su nombre para participar en la descomunal campaña de vacunación que para esas fechas organizaba la Corona para inmunizar contra la viruela a los súbditos de los territorios de ultramar. Salvany cumplía holgadamente los requisitos.
Con él viajaba, en calidad de ayudante, Manuel Julián Grajales, de 29 años. Dicen que tocaba la vihuela —esa hermana mayor de la guitarra— y, por el apodo de ‘Loco’ que le dieron, podría inferirse que era un personaje extrovertido y rebelde en cierto grado.
Poco se conoce sobre los antecedentes de los dos vacunadores restantes: Rafael Lozano Pérez y Basilio Bolaños. Del primero apenas se sabe que viajaba en calidad de practicante; del segundo, que era enfermero, residía en Madrid y estaba casado con una mujer de nombre María Dolores Rodríguez Panadero.

Un cementerio marino

Con la vacuna, los cuatro niños venezolanos y sendos vacunadores, el bergantín San Luis se meció en las proximidades de las islas de Bonaire, Curazao y Aruba. Más adelante encontró a babor el golfo de Coquibacoa —o de Venezuela—, cuya herradura se entrecerraba 90 kilómetros al occidente, en la península de La Guajira.
Tras seis días de navegación, es de suponer que las ampollas del brazo de los niños vacunados antes de zarpar ya estaban casi desarrolladas: la pequeña protuberancia de color rojo claro que se formaba hacia el tercer día de la operación debió haberse aplanado, y a su alrededor debía haber aparecido un anillo algo elevado que hacía ver deprimida la cicatriz. Y todo indica que la linfa estaba a punto de brotar cuando la nave estaba a punto de hundirse allá donde moría el río.
Se desconoce si la causa fue la oscuridad o el oleaje. Tampoco se sabe si el comandante viró prematuramente al sur o si el barco fue arrastrado por los vientos que batían las aguas de ese “cementerio marino” que fueron las bocas del Magdalena, como las describe el historiador José Vicente Mogollón Vélez. Pero ahí, donde se fueron a pique los bergantines del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada en 1536 y donde se hundiría el vapor francés L’Amérique en 1895 con los papeles de José Asunción Silva —pérdida que, según los biógrafos, desembocaría en el suicidio del poeta—, ahí también terminó la vida útil de la nave de los vacuníferos y los vacunadores.
“A las doce y cuatro minutos de la noche del 13 de mayo varó el bergantín San Luis que nos conducía”, recordó después José Salvany Lleopart, aunque, en sentido estricto, el accidente había ocurrido cuando ya el calendario marcaba el día 14.
La noticia fue comunicada por los oficiales del correo de Cartagena al director de la expedición, Francisco Javier Balmis. A su vez, desde La Habana, este notificó a España “la desagradable noticia de haber encallado, en una de las bocas del río de la Magdalena, el bergantín San Luis, que conducía la parte de la expedición destinada al Virreinato de Santafé”.
No era un tema menor, pues se suponía que toda esa gesta, grandilocuentemente bautizada Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, buscaba, en principio, apagar la epidemia de la capital neogranadina.

Sigue toda la información de Salud en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.

00:00
00:00

Comentar

Whatsapp iconFacebook iconX iconlinkeIn iconTelegram iconThreads iconemail iconiconicon

Conforme a los criterios de

Logo Trust Project
Saber más
Temas relacionados
Sugerencias
Alt thumbnail

BOLETINES EL TIEMPO

Regístrate en nuestros boletines y recibe noticias en tu correo según tus intereses. Mantente informado con lo que realmente te importa.

Alt thumbnail

EL TIEMPO GOOGLE NEWS

Síguenos en GOOGLE NEWS. Mantente siempre actualizado con las últimas noticias coberturas historias y análisis directamente en Google News.

Alt thumbnail

EL TIEMPO WHATSAPP

Únete al canal de El Tiempo en WhatsApp para estar al día con las noticias más relevantes al momento.

Alt thumbnail

EL TIEMPO APP

Mantente informado con la app de EL TIEMPO. Recibe las últimas noticias coberturas historias y análisis directamente en tu dispositivo.

Alt thumbnail

SUSCRÍBETE AL DIGITAL

Información confiable para ti. Suscríbete a EL TIEMPO y consulta de forma ilimitada nuestros contenidos periodísticos.