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El hombre detrás de la tragedia del Titán

Su creador, Stockton Rush, había recibido advertencias desde años atrás. Una tragedia anunciada.

Stockton Rush, en el submarino que implosionó cuando iba rumbo a los restos del Titanic.

Stockton Rush, en el submarino que implosionó cuando iba rumbo a los restos del Titanic. Foto: OceanGate Expeditions

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A Stockton Rush le gustaba repetir una de las frases más conocidas del general Douglas MacArthur:
–Serás recordado por las reglas que rompas.
Con 61 años y un título de ingeniero espacial, el estadounidense Richard Stockton Rush III –su nombre completo– era el fundador de la empresa OceanGate y el creador del Titán, el submarino que se accidentó cuando iba rumbo a visitar los restos del Titanic. El domingo pasado, la nave salió hacia la costa de Newfoundland, Canadá, y poco después perdió comunicación con la superficie. A partir de ese momento, y durante cinco días, militares y expertos de Estados Unidos, Canadá y Francia desplegaron los mayores recursos en su búsqueda. El jueves, la Guardia Costera estadounidense anunció el desenlace: “Los escombros hallados son consistentes con una implosión catastrófica de la embarcación”. Los cinco tripulantes murieron. Entre ellos Rush.
De niño soñaba con ser astronauta. Pensó que un primer paso para lograrlo sería convertirse en piloto de combate, pero los defectos en su visión se lo impidieron. No iba a detenerse. No él, un hombre que sentía el impulso de ir más allá de las normas y para quien los riesgos no eran motivo de reserva. “Si lo que quieres es estar seguro, no te levantes de la cama”, dijo en una ocasión. Un día tuvo lo que él definió como “una epifanía”: si no podía conquistar el espacio, lo haría con las profundidades del mar. Pioneros como Richard Branson o Jeff Bezos habían tomado el primer camino, él se iría por el otro.
–Yo quería ser el Capitán Kirk en el Enterprise. Quería explorar, y me di cuenta de que el océano era el universo –le dijo Rush a la CBS, el año pasado.
Puesta su mira en las aguas profundas, en 2009 creó la empresa OceanGate Expeditions, con el objetivo de “aumentar el a las profundidades del océano a través de la innovación”. Armó un equipo que se concentró en el diseño de sumergibles tripulados. Entre ellos, el Titán. Rush buscaba naves pequeñas, ligeras, maniobrables, que permitieran pasar lo más cerca posible (“a solo pulgadas”, fueron sus palabras) del objetivo. En este caso: de los restos del Titanic, que se encuentran a casi cuatro mil metros de profundidad.
El Titán fue elaborado con fibra de carbono y titanio, materiales que, según Rush, le garantizaban resistir la presión de esas profundidades. Tenía un peso de diez toneladas, casi siete metros de largo y dos y medio de ancho. Su capacidad era de máximo cinco tripulantes y podía permanecer sumergido noventa y seis horas. Algunos expertos llegaron a afirmar que esta nave había hecho historia, al ser “el primer submarino de propiedad privada en sumergirse tan profundo con humanos a bordo”. Y es que para su creador parecía no haber límites:
–Fui a 75 pies y vi cosas geniales. Luego a cien pies y vi cosas más geniales. Y pensé, ¡guau!, ¿cómo será al final de esto? –dijo en el Smithsonian Magazine.
Al tiempo que se centraba en el diseño de las naves, Rush miraba el otro lado del negocio. Contrató un estudio de marketing para evaluar qué destinos eran los más interesantes entre su público objetivo, que en este caso debían ser personas no solo con gran deseo de aventura sino con una buena cuenta bancaria. Visitar los restos del Titanic lideraba las encuestas. Hacia allá, entonces, había que ir.
Los viajes de OceanGate comenzaron años atrás con submarinos que se dirigían, por ejemplo, al punto donde naufragó el transatlántico italiano Andrea Doria, en 1956. Pero, claro, destinos como ese no tenían el impacto –ni para Rush, ni para sus clientes (que podían llegar a pagar 250 mil dólares por expedición)– que sí representaba el Titanic. Así que ese rumbo se convirtió en uno de sus ejes.
Rush alcanzó a realizar varios viajes hacia ese destino. Ahora, tras la tragedia, se han vuelto a oír testimonios que habían dado algunas de las personas que lo acompañaron en esas inmersiones. Uno de ellos fue el del guionista estadounidense Mike Reiss, que el año pasado hizo el mismo recorrido con OceanGate y que contó en CNN cómo, durante su viaje, tuvieron una crisis al perder las comunicaciones. “Al llegar al fondo, la brújula dejó de funcionar. Tuvimos que estar luchando a ciegas en el océano. (...) Están aprendiendo mientras avanzan”, dijo.
Algo similar narró el ‘youtuber’ mexicano Alan Estrada, que hizo el viaje hacia el Titanic y en sus videos mostró cómo, de nuevo por fallas en las comunicaciones, alcanzaron a pensar en abortar la misión. Por su parte, el corresponsal de la CBS David Pogue, que también estuvo a bordo del Titán el año pasado, comentó que del submarino era “imposible escapar sin ayuda”. En una entrevista con la BBC, explicó que los pasajeros iban sellados en el interior mediante pernos que solo eran retirados por un equipo externo. “No hay respaldo, no hay válvula de escape. Hay que llegar a la superficie, o morir”. Todos coinciden en que, en los documentos previos que debieron firmar antes de la inmersión, se les advertía de los riesgos. Reiss comentó que en esos papeles estaba mencionada la palabra muerte en tres ocasiones.
Ellos son los cinco pasajeros del sumergible Titán.

Ellos son los cinco pasajeros del sumergible Titán. Foto:AFP

Tanto ellos como todos los que arriesgan a una hazaña semejante tienen claro que entre sus posibilidades está morir. Lo que quizás no todos conocían, en este caso, es que ya se habían recibido advertencias concretas, que ya se habían dado gritos de alarma desde tiempo atrás. En 2018, un grupo de ingenieros que formó parte de la primera etapa de la creación del Titán expuso la necesidad de hacer más pruebas y señaló el peligro que podían llegar a correr los pasajeros.
En una carta dirigida ese año a Rush –y que conoció The New York Times– más de veinte expertos le hablaron de los riesgos. “Nuestro temor es que el enfoque experimental actual adoptado por Oceangate puede generar resultados negativos, desde algo menor hasta algo catastrófico”, decían, e insistían en la necesidad de que se cumpliera un plan de pruebas de prototipo que fuera verificado por terceros, cosa que al parecer Rush no aceptó realizar.
Las banderas rojas le llegaron, incluso, de quien había sido su antiguo director de operaciones, David Lochridge. Entre otros detalles, los informes entregados por él hablaban de que “la ventanilla que permitía a los pasajeros ver el exterior de la nave solo estaba certificada para trabajar en profundidades de hasta 1.300 metros”. Como respuesta a sus observaciones, Rush solo decidió demandarlo por compartir información confidencial de OceanGate.
El propio James Cameron, director de la película Titanic –y quien ha realizado decenas de inmersiones hacia los restos de la mítica nave, en submarinos mucho mejor equipados, sobra decir– estaba sorprendido del material con el que Rush había hecho el Titán y habló de los peligros que podían correrse. Tras la noticia de la implosión, Cameron comentó que todo esto lo había llevado a recordar la razón de la tragedia de 1912. “Ahora tenemos otro naufragio que se basa, lamentablemente, en los mismos principios de no prestar atención a las advertencias”.

Temores y adrenalina

Advertido estaba Rush, eso está claro. Él (cuya esposa, Wendy, por cierto, es descendiente de una pareja que murió en el naufragio del Titanic) defendía su obra, aunque dejaba claro que se trataba de una nave que no había sido “certificada por ningún organismo regulador” (por lo menos eso se leía en los documentos de la empresa hasta el año pasado). “Las condiciones del submarino son seguras, pero las innovaciones incorporadas superan la capacidad de los reguladores para certificarlas”, explicaba en su blog cuatro años atrás. Al operar en aguas internacionales, muchas de las normas vigentes podían pasarse por alto.
Advertidos también estaban, de alguna manera, los que se subían en ella. Varios lo hicieron y volvieron para contarlo. Esta vez, cuatro personas murieron al lado de Rush: el empresario paquistaní Shahzada Dawood y su hijo Suleman; el multimillonario británico Hamish Harding y el explorador francés Paul-Henri Nargeolet.
De Dawood se sabe que fue vicepresidente de Engro Corporation, un conglomerado dedicado a temas como energía renovable y comunicaciones, propiedad de las familias más ricas en Pakistán. Su hijo Suleman tenía 19 años y acababa de empezar la carrera de negocios. El comunicado que dio a conocer su familia, luego de conocer su muerte, decía que “ambos compartían una gran pasión por la aventura y por la exploración de lo que el mundo tenía para ofrecerles”. Harding, por su parte, era presidente de la compañía Action Aviation y un amante de experiencias extremas. Ya había ido al espacio en uno de los vuelos de Jeff Bezos y con seguridad el Titanic sería un punto más por apuntar en su lista.
Paul-Henri Nargeolet, de 77 años, era un explorador francés para quien ese destino no era desconocido: ya había realizado más de treinta inmersiones hacia el Titanic; de hecho estuvo al mando de varias de ellas desde la década de los ochenta. Según Le Figaro, Nargeolet había comentado algunas reservas sobre la expedición, cierta falta de confianza debido a la tecnología del Titán. ¿Por qué, entonces, un hombre tan experimentado se subió y partió en él? Al parecer también se lo dijo a uno de sus colegas: “Estaba un poco escéptico, pero intrigado por la idea de probar algo nuevo”.
Ambición por un lado, búsqueda de conocimiento por otro. Deseos de pasar a la historia, adrenalina en su máxima expresión. Tantas razones que los pudieron llevar a estar en la nave, posiblemente confiados en que las medidas de seguridad les permitirían volver a casa. Sin embargo, solo cien minutos después de comenzar su inmersión, perdieron o con la superficie. Las pocas pruebas que se han reunido hasta ahora conducen a pensar que la implosión sucedió muy poco después de comenzar el viaje y que la muerte de los tripulantes fue inmediata. La investigación sobre las causas concretas sigue abierta. Entre tanto, hay algo que sí es posible afirmar: el nombre de Stockton Rush, en efecto, será recordado por romper las reglas.
MARÍA PAULINA ORTIZ
En Twitter: @mpaulinaortiz

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