Las amenazas de muerte no han conseguido silenciar a la activista y escritora Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio, Somalia, 1969), que clama por una profunda reforma del islam, religión en la que fue educada. Hija de uno de los principales opositores al exdictador somalí Siad Barre, Hirsi Ali lucha hoy contra la mutilación genital femenina –práctica que ella misma sufrió– a través de su fundación, The AHA Foundation.
Antes de emigrar a Estados Unidos, donde compagina su trabajo como escritora y activista con su labor como investigadora en la Universidad de Stanford, hizo escala en Arabia Saudí, Etiopía y Kenia. Pero tuvo que buscar asilo en los Países Bajos –donde fue diputada por el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD)– cuando su padre intentó casarla con un primo al que no conocía. Su condición de atea tuvo bastante que ver con su entrada en la lista de objetivos de Al Qaeda, hace ya una década.
Tras su polémico ensayo Reformemos el islam (Galaxia Gutenberg), ha publicado Presa: la inmigración, el islam y la erosión de los derechos de la mujer (Debate), una dura crítica a la gestión migratoria europea en la que, asegura, el fracaso es culpa de ambas partes: los que acogen y los que son acogidos.
En Reformemos el islam asegura que esta no es una religión de paz. ¿A qué se debe tal afirmación?
Primero hay que distinguir entre el islam como conjunto de creencias y los musulmanes como suscriptores de esta fe. La diversidad de las personas musulmanas es inmensa. Sin embargo, si se quiere entender lo que significa el islam como concepto, es necesario echar la vista atrás hasta su fundación, hasta el profeta Mahoma y el libro sagrado del islam, el Corán. Eso son más de 1.400 años de historia con una conclusión clara: el islam no es una religión de paz.
El Corán nunca se ha adaptado a los nuevos tiempos y no se ha cuestionado en ningún momento la posición del profeta como guía moral absoluto. Pero tengamos en cuenta una cosa: cuando Mahoma funda su religión en La Meca, en el siglo VII, se pasa una década predicando de manera pacífica el islam y pidiendo a los árabes del lugar que abandonasen a sus distintos dioses y se uniesen a él.
De esa manera solo consiguió que 150 personas le siguieran. Se fue a otra ciudad de lo que hoy llamamos Arabia Saudí, a Medina, y creó una milicia. Con su ayuda, empezó a obligar a la gente a abandonar sus creencias y a unirse a su religión. El resto es historia. Desde entonces, la idea de propagar el islam a través del uso de la fuerza ha estado con nosotros, y ese rol no ha cambiado.
De hecho, hay consenso entre la mayoría de los estudiosos del islam –aquellos que son musulmanes y lo estudian desde dentro, no los que lo hacen desde fuera– sobre que el legado de Medina se impone al de La Meca. Es decir, lo anula. Teniendo en cuenta esa realidad, el islam no es una religión de paz, sino de conquista. Además, no solo tiene un sistema de creencias relacionado con Dios y la vida después de la muerte, sino que también es una doctrina política. Es una guía que versa sobre cómo llegar al poder y aferrarse a él, en gran medida por la vía militar.
Si no es una religión de paz, ¿cómo se definirían sus seguidores?
Hay una gran diversidad cuando se habla de los musulmanes, es decir, las personas que profesan el islam. Precisamente por eso, en Reformemos el islam los dividía en tres grupos bien diferenciados. El primero es el de aquellos que se adhieren e invocan al profeta durante su periodo en La Meca, y aquí encontramos a la mayoría de los musulmanes: son pacíficos, no quieren guerras ni expandir el islam; solo quieren profesar su fe.
Estas personas condenan la violencia cometida en nombre del islam y citan al profeta para hablar de paz, pero solo hacen referencia a su periodo en La Meca. La segunda categoría la forman los musulmanes de Medina, quienes forman parte de lo que hoy llamaríamos Al Qaeda, los talibanes, Isis, etc.
Creen fervientemente en la dimensión política del islam y piensan que la única manera de ser buenos musulmanes es a través de la yihad contra otros musulmanes y contra los infieles. Estas personas argumentan que lo que Mahoma y el Corán les piden que hagan está reflejado exclusivamente en las escrituras sobre violencia política de la etapa en Medina del profeta.
Estos son los que chocan con los valores políticos europeos. Por último, hay un pequeño tercer grupo que acepta el lado pacífico del islam, pero también reconoce su parte violenta y sostiene que debería modificarse para que la religión sea más moderna y tolerante. A esta categoría la bauticé como los modificadores o los reformistas.
En Presa señala a los hombres migrantes musulmanes como los causantes de la erosión de los derechos de las mujeres en Europa. ¿Cómo podría una minoría radicalizada transformar una sociedad de esa manera?
Es un hecho que el número de musulmanes en Europa es una minoría, pero dentro de ella hay quienes son partícipes de la violencia política, bien sea a nivel ideológico o directamente cometiendo actos violentos. Dentro de esa misma minoría hay musulmanes que tienen actitudes irrespetuosas hacia las mujeres –ya compartan fe o no– y, desafortunadamente, da igual que hablemos de musulmanes de La Meca, de Medina o, incluso, reformistas: todos ellos tienen una visión de la mujer completamente diferente a la de los hombres europeos u occidentales.
Es muy importante entender todas estas distinciones: los musulmanes son una minoría en Europa y, dentro de ella, hay otra formada por aquellos que siguen las enseñanzas de la época en Medina y que apoyan la violencia política y, luego, cuando nos referimos a los derechos de las mujeres, realmente estamos hablando de un grupo más amplio de la comunidad musulmana que tiene comportamientos negativos hacia ellas. Eso sí, dicho esto, no todos los hombres musulmanes son irrespetuosos con las mujeres ni amenazan sus derechos y su dignidad.
Para escribir el libro he hablado con hombres musulmanes muy buenos de diferentes partes de Europa que tienen el máximo respeto por las mujeres, sean o no musulmanas. Pero da la casualidad de que estos hombres son una minoría.
Habla también de “misoginia impuesta mediante la religión”. ¿Es el islam, en esencia, más misógino que otras religiones?
Si hiciéramos un estudio comparativo de todas las religiones y las actitudes religiosas hacia las mujeres en 2021, diría que el islam es la más misógina. El cristianismo o el judaísmo han evolucionado. Incluso el budismo o el hinduismo se han abierto a los derechos humanos en general y a los de las mujeres en particular: aunque no sea al mismo nivel que la civilización judeocristiana, sí que se han incluido mejor que en el islam. Pero es que el problema no está solo en las actitudes religiosas de la gente ni en la comunidad religiosa en sí: gran parte de la misoginia del islam está consagrada dentro de la ley.
Tenemos países como Arabia Saudí, Irán, Indonesia, Pakistán o incluso Nigeria, que no es 100 por 100 musulmana, en los que la misoginia y la subyugación de las mujeres forman parte de sus leyes.
Eso es lo que hace que el islam sea único en el mundo de hoy. Eso sí, si hablásemos de hace un siglo, las cosas cambiarían, ya que el resto de religiones eran muy diferentes. Sin embargo, en el siglo XXI el islam es, sin duda, el número uno cuando se trata de la opresión de la mujer.
Como inmigrante que es y solicitante de asilo que fue, reconoce que el problema no está en la inmigración, sino en “las actitudes que algunos traen consigo y los comportamientos que estas propician en una minoría de los migrantes”. ¿La raíz del problema está, por tanto, en la integración?
Sin duda hay un problema de integración y asimilación, y ese es el subtexto que yace en el fondo de mi libro. En la mayoría de países europeos que han acogido a minorías musulmanas, ese proceso ha fallado. Ahora bien, la responsabilidad no solo recae sobre la sociedad anfitriona, sino sobre los inmigrantes.
Para darle la vuelta a esta situación no hay ninguna solución a corto plazo: necesitamos empezar un proceso de transformación inmediato y debemos ser conscientes de que llevará mucho tiempo y trabajo. La mejor manera de hacerlo es a través de la responsabilidad compartida. El país que está recibiendo a estas personas debe hacer que sus valores, leyes y normas queden muy claros, ofreciendo programas educativos para los migrantes si no tienen claro cómo funciona esa sociedad de acogida.
Sin embargo, si los inmigrantes los rechazan y no se quieren adaptar –y esa es una responsabilidad individual de cada uno–, se les debe ofrecer una alternativa para que vuelvan a su país de origen. Ojo, esto solo afecta a la parte del proceso de integración; aún no hemos hablado de la inmigración en sí.
En su libro menciona a Seyran Ates, autora de El islam necesita una revolución y fundadora de una mezquita progresista en Berlín. ¿Cree que la revolución (progresista) del islam que ella reclama está más cerca?
Nunca perderé la esperanza de ver una revolución dentro del islam liderada por mujeres musulmanas progresistas. Y lo que Seyran Ates ha hecho es una gran idea que, en realidad, supone un desafío mayor para Europa que para el islam en sí. En su mezquita, cualquier ser humano es bienvenido: seas hombre o mujer, lleves hiyab o no, seas heterosexual u homosexual… Todo el mundo puede ir a rezar junto a otro musulmán o musulmana en la misma sala. Pero en el momento en que algún islamista amenaza al proyecto y a su líder –algo que ya ha ocurrido–, son las autoridades alemanas las que tienen que demostrar que pueden defender los derechos de Ates y su congregación frente a esos radicales que no quieren entender la religión de ese modo.
Ahora mismo, por fortuna, el Gobierno alemán la está protegiendo. Es una gran noticia para muchas personas que existan lugares como la mezquita de Ates, que obligan a sus propios gobiernos liberales a reconocer estos valores y protegerlos frente a una realidad que no siempre se quiere ver.
RAQUEL NOGUEIRA
Ethic