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Hoy quiero recordarles una parábola popular que me encanta, y ya les diré por qué. En un pequeño pueblo vivía un hombre muy piadoso. Un día anunciaron que un tsunami inundaría la región y, por lo tanto, toda la población debía evacuarse. El señor piadoso subió a la cima más alta, cercana al pueblo, y comenzó a rezar.
Durante su primer día en la colina, mientras oraba sin parar, un grupo de rescate en jeep lo encontró, le recordó que el pueblo estaba próximo a inundarse y le pidió subirse al carro. El hombre los ahuyentó, argumentando que él era muy piadoso y estaba seguro de que Dios lo salvaría.
Subir a una silla o escalera. Esto se hace para que el año sea de ascensos en todas las áreas. Foto:Archivo particular
Al día siguiente, cuando ya tenía el agua hasta las rodillas, pasó una canoa con gente que estaba evacuando sus pertenencias. También le rogaron que se subiera y se salvara. Y de nuevo él les dijo que siguieran su camino, porque iba a ser salvado por Dios.
Pasadas varias horas, con el agua en el cuello, seguía rezando con vehemencia. Desde un helicóptero que lo sobrevolaba, esta vez le lanzaron una escalera. El piloto le gritó: “¡Esta es su última oportunidad. Agarre la escalera y suba YA!”. Y una vez más, el señor piadoso miró hacia arriba y contestó que no se preocuparan, Dios lo iba a salvar. Bajó la mirada y siguió orando.
A los pocos minutos, murió ahogado. Cuando llegó al cielo, el mismo Dios lo recibió. El hombre, con asombro y algo de rabia, le preguntó: “He sido una persona de fe toda mi vida. Confié en ti. Tenía la certeza de que me ibas a salvar, incluso cuando nadie más lo creía. ¿Por qué me dejaste morir?”. Dios sonrió y le respondió: “Hijo mío, te mandé un jeep, una canoa y hasta un helicóptero. ¡Más no pude hacer!”.
Amo esta parábola porque, en pocas palabras, resume lo que muchos vivimos a diario. Permanentemente buscamos que Dios, el destino, la suerte, nuestros padres, nuestra pareja o cualquier otro venga a salvarnos de nuestras vidas. Insistimos en sentirnos víctimas de nuestro entorno y nos cegamos a las señales y ayudas que están a nuestro alcance.
¡Nos enfrascamos en quejarnos de la situación y entregamos la solución a otros!
Creo firmemente que Dios siempre nos está guiando y acompañando, pero es decisión nuestra si aprovechamos los milagros que nos manda o, por el contrario, nos quedamos esperando la salvación sentados en primera fila.