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‘Es un mito que exista un voto político confesional de los evangélicos’
La gente no antepone necesariamente sus intereses religiosos a los políticos, dice antropólogo.
Cientos de evangélicos reunidos en la plaza de Bolívar de Bogotá, en un rezo colectivo. Su poder de convocatoria es envidiado y codiciado por muchos políticos. Foto: Luis Acosta / AFP
“La experiencia de lo sagrado siempre fue vista como manifestación de ingenuidad y de atraso, de una fe insuficientemente elaborada. No solo hay un prejuicio con los evangelistas sino un prejuicio en general con la religión”, dice Pablo Semán, uno de los mayores expertos en la religiosidad de los sectores populares, mientras el debate por el ‘mundo evangélico’ vuelve a la conversación pública a raíz de El reino, la serie de producción argentina recién estrenada en Netflix.
Desde hace años, Semán, sociólogo y antropólogo, realiza investigaciones etnográficas para analizar las distintas “formas de pensar y vivir lo sagrado”. Y lo hace instalándose en comunidades en las que conviven católicos, evangélicos y otros tipos de cultos y credos. Allí se producen hibridaciones, sincretismos y reelaboraciones.
“No son mundos tabicados y paralelos”, explica. Ese trabajo de largo aliento que le permitió desmontar prejuicios, mitos y estereotipos usualmente reproducidos como sentido común se condensa en varios libros.
A diferencia del catolicismo, con sus jerarquías incuestionadas y un rígido régimen de autorizaciones (que recorre un largo camino y va desde la parroquia hasta el papado), los evangélicos despliegan un sacerdocio universal y capilarizado, con jerarquías fluidas e informales y una prédica de cercanía, anclada en el territorio, en donde las mujeres también tienen un rol protagónico.
“Eso permite que cada cristiano que tenga un conflicto en su iglesia pueda generar otra y produce una dinámica acelerada de fisión y crecimiento. La división a las iglesias evangélicas no las afecta para crecer”, relata Semán. “En ese contexto, el catolicismo asume que tiene que salir a buscar almas en el campo religioso cuando antes las recibía”.
El protagonismo de las mujeres en el evangelismo – en contraste con el catolicismo– no es un tema menor y, dice el experto, muchas despliegan “un feminismo silvestre, sin marco teórico” con fuerte influencia en la comunidad y en las otras mujeres.
Pablo Semán es sociólogo experto en religiones. Foto:Cortesía.
¿Cuáles son los principales prejuicios que se proyectan sobre los evangélicos?
En primer lugar, diría que hay un prejuicio en general con la religión. En el catolicismo, desde el Concilio Vaticano en adelante, y en confluencia con ciertas tendencias a la secularización, algunas manifestaciones intensas de la relación con lo sagrado están relativamente cuestionadas. Más aún, el catolicismo preconciliar conservador en la Argentina, que es un catolicismo dogmático, tampoco es muy afín a las experiencias intensas de lo sagrado: no es un catolicismo encantado. Ese prejuicio viene de las élites, donde han confluido ciertas tendencias católicas con ciertas tendencias liberales. Las liberales impugnan la religiosidad en todo sentido, y las católicas que triunfaron promovían la fe a partir de la enseñanza, la educación y la integración, y no de la experiencia de lo sagrado, que fue vista como manifestación de ingenuidad y de atraso, de una fe insuficientemente elaborada.
¿Y qué encontró en el mundo evangélico?
El primer prejuicio que tuve que desmontar allí fue el mío propio. Yo pensaba que aquella forma no encantada de pensar lo sagrado estaba extendida en toda la Argentina. Pero vivir lo sagrado es una situación generalizada en los sectores populares. Otro prejuicio que fui desmontando es que los evangélicos crecieron a finales de los años 80 y la década del 90. En realidad, crecieron mucho antes, solo que los que estábamos en posiciones académicas, los comunicadores en general e incluso la clase política, creímos que los evangélicos habían aparecido cuando aparecieron en los cines de la capital (Buenos Aires). La secuencia del crecimiento es absolutamente inversa: como habían crecido mucho en el interior y en el conurbano, había una población flotante en la capital que permitía alquilar los cines baratos y recibir a gente que trabajaba y tenía necesidades de orar antes de volver a su casa. Otro contraste importante es el que tiene que ver con la idea de conversión: la idea de que en un momento determinado uno se convierte y es una vivencia única, abrupta, radical. No se da así: son procesos no lineales de aproximación, distancia, vueltas, y tampoco implican una transformación radical de ese sujeto. Otro prejuicio es que el campo religioso se divide en instancias paralelas y de competencia, como si fuese un mercado.
¿Y no es así?
No. La fe evangélica de los sectores populares se elabora no tanto contra el catolicismo, como era la fe evangélica de los pioneros, sino reelaborando ciertos elementos del catolicismo. Por eso no se puede estudiar el mundo evangélico sin tener en cuenta el católico. Me di cuenta de que ambos mundos creaban un dialecto para esas experiencias por la impronta de otras experiencias, que podían ser terapéuticas, desde los curanderos hasta los psicólogos, o sociopolíticas, como las de las culturas juveniles o como el peronismo. Entonces, me encuentro con hibridaciones que eran mucho más variadas de lo que yo pensaba.
Es interesante el sacerdocio universal de los evangélicos. Cualquiera puede predicar, cualquiera que tenga un rebaño puede ser pastor...
El sacerdocio universal amparado en la libre interpretación y en el cuestionamiento de la infalibilidad de una autoridad permite que cada cristiano que tenga un conflicto en su iglesia pueda generar otra. Eso crea una dinámica acelerada de fisión y crecimiento. La división a las iglesias evangélicas afecta a cada iglesia, pero no al conjunto de los evangélicos, que van generando instituciones con cada creyente que rompe con su iglesia anterior. Eso permite que en cada territorio emerja un pastor antes de que llegue un sacerdote católico, con lo cual esa combinación de principios teológicos se traduce en una ventaja logística que también opera en el crecimiento de los evangélicos. (...) El crecimiento de los evangélicos en los últimos cincuenta años es a expensas de las bases sociales del catolicismo y no veo exactamente cuál es su techo.
Esto genera una revolución en el campo religioso. ¿En qué medida obliga al catolicismo a repensar sus estrategias o sus prácticas?
Es una revolución porque la Iglesia católica tenía los medios de producción de bienes religiosos, de salvación y de sanación, tenía el monopolio legítimo, y ahora la producción de esos bienes tiene, mínimamente, el duopolio legítimo de católicos y evangélicos. Pero, además, la religiosidad evangélica en los sectores populares se transformó en el modelo de religiosidad más legítima. Entonces, cuando la gente te dice: ‘Bueno, para, no soy evangélico’, no está diciendo ‘yo no tengo nada que ver con eso, no me gustan esos tipos, quiero que se vayan’, lo que en verdad dice es: ‘Yo soy bueno, pero no soy tan bueno. Tengo presente mi relación con lo sagrado, pero no la tengo tan presente’. Esa revolución desde abajo no solamente transformó y pluralizó la forma de producir religión sino que también legitimó una alternativa al catolicismo, que hoy asume que tiene que salir a buscar almas cuando antes las recibía.
¿Son más eficientes la asistencia social y la resolución de problemas concretos en el territorio?
En el mundo evangélico se combinan más fluidamente la proactividad individual y la contención comunitaria. Es una comunidad donde hay líderes y jerarquías fluidas, informales, no necesariamente despóticas, pero hay jerarquías. Y hay conflictos. Dicho esto, creo que sí, que son más eficientes. Por ejemplo, en lo relativo a la violencia doméstica, así la nombran ellos, los evangélicos tienen una tradición de efectividad bastante mayor que el catolicismo. No es que el catolicismo no haga nada con eso, pero el pentecostalismo lo hace mejor.
¿Por qué?
Porque las mujeres influyen más en el mundo evangélico que en el mundo católico. El activismo religioso de las mujeres está basado en un conocimiento mucho más íntimo de la problemática de las mujeres del barrio, porque esa mujer golpeada es la cuñada, la vecina, la comadre de la mujer que es pastora. Eso hace que sea más eficiente. El tipo de lazo comunitario que existe, que, insisto, es diferenciado, facilita el consejo y la acción frente a la violencia. Esto mismo ocurre con las adicciones. Los evangélicos generaron una contracultura respecto de las adicciones que le dejó al lenguaje popular un término: ‘rescate’. Y que es una manera de contener al que no puede parar y hacerle itir una noción de límite que no necesariamente la puede imponer un agente de otros grupos religiosos. Hay una comunicación más íntima que permite comprender cuál es el mensaje necesario y hacerlo efectivo, a diferencia del mundo católico y su burocracia.
¿Cómo conviven estos temas con la agenda de género?
Ellos no ven a la agenda de género como un paquete. Por ejemplo, en los años 90 los evangélicos eran favorables al uso del preservativo, y el catolicismo, no. En el tema de la violencia en el matrimonio, los evangélicos cuestionaban y cuestionan la violencia masculina más que el catolicismo. Hay ciertos puntos en donde los evangélicos despliegan un feminismo silvestre, sin marco teórico. Es imposible que la mujer sea protagonista central de la liturgia y de la organización católica. Pero sí ocurre que las mujeres sean protagonistas centrales de una organización evangélica. En este punto, han generado un proceso de autonomía de las mujeres que no tiene el molde de la filósofa Judith Butler, pero me parece relevante. Con la cuestión de la identidad del género y la fluidez del género, algunas corrientes evangélicas que todavía no son fuertes en la Argentina empezaron a demonizar a gais, lesbianas, disidentes sexogenéricos en general. Pero una cosa es lo que dice un pastor en televisión, que son minoría, y otra cosa es lo que ocurre en iglesias evangélicas de barrio en las que hay personas disidentes sexogenéricas.
Pero en el debate público sobre la despenalización del aborto hubo un fuerte rechazo de los evangélicos...
Con el aborto manifiestan su rechazo, es verdad. Ahora, convengamos que los hoy partidarios de la agenda de sexogénero completa, que incluye el aborto, hasta hace cinco años no lo eran. Personalmente, creo que es una posición conservadora y que la despenalización del aborto es la instancia que más autonomiza a las mujeres; aunque no sé si eso es necesariamente lo más innovador en el conjunto de las relaciones de fuerza simbólica. Creo que hay mucho más espacio para toda esta agenda en el mundo evangélico del que se cree. Es muy difícil empezar un diálogo con los evangélicos diciéndoles ‘antiderechos’. De la misma manera que es muy difícil conversar con evangélicos que lo primero que les dicen a quienes están a favor del aborto es que son asesinos. También hay que considerar cómo se organizó la confrontación en el espacio público. En el primer Ni Una Menos fueron miles de mujeres evangélicas. Y eso fue ayer nomás, no hace veinte años. Son procesos que llevan mucho tiempo. En mi trabajo de campo veo a mujeres de sectores populares identificadas con el discurso feminista elaborado por ellas, que conviven dialógica y críticamente, tensa y pacíficamente, con mujeres que no asumieron esa agenda.
¿Cómo pensar la relación entre los evangélicos y la política? Porque en Brasil, por ejemplo, apoyaron tanto a Bolsonaro como a Lula...
El primer mito es que hay un voto confesional, homogéneo y constante. Hay en la Argentina cinco millones de evangélicos, pero tres millones de evangélicos en condiciones de votar. Yo no vi ningún voto evangélico de tres millones. ¿Vos lo viste? No lo hay. Eso está demostrado en parte por trabajos de campo como el mío, pero también el de Marcos Carbonelli. En el caso brasileño, en el que todo estaba dado en 2018 como para que el 100 por ciento de los evangélicos votasen a Bolsonaro, menos de dos tercios votaron a Bolsonaro. Es muchísimo, pero el 54 por ciento votó a Bolsonaro. Muchas personas, entre ellas evangélicos, que habían votado a Lula, se decepcionaron con Lula y votaron contra él. Y la misma mayoría de evangélicos que votó contra Lula hoy vota contra Bolsonaro. Como no hay voto confesional, la gente evangélica que vota no siempre antepone sus intereses religiosos en el espacio público a sus intereses políticos y sociales. A veces sí, a veces no. Si en esta crisis que estamos viendo de la política, en la que hay un nivel de improvisación y de desprestigio tan grande, la gente termina votando al Pato Donald, entre ellos los evangélicos, no será por culpa de los evangélicos sino por culpa de la crisis de la política.