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El niño afro que se volvió abogado buscando justicia ante la violación que sufrió

Estudiaba en un internado de Buenaventura cuando, según él, un sacerdote lo agredió sexualmente.

Marcos era apenas un niño en un internado de Buenaventura cuando, según sus denuncias, fue abusado por un sacerdote.

Marcos era apenas un niño en un internado de Buenaventura cuando, según sus denuncias, fue abusado por un sacerdote. Foto: Ilustración: Juan Felipe Murillo

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A Marcos Torres le cuesta sonreír. Su rostro, cubierto por un pelo afro esponjoso, refleja tristeza y rabia. Frustración. Ira. Rencor. Sobre todo eso: rencor. De hecho, no tiene ningún problema en reconocer que es un hombre extremadamente rencoroso. Y dice tener todas las razones para serlo.
Su vida ha sido un rosario de sufrimientos y heridas que no dejan de sangrar. Y entre esas cicatrices abiertas la que más le duele es producto del abuso sexual del que afirma haber sido víctima por parte del sacerdote salesiano Luis Fernando Valencia cuando era un niño interno en una obra social en Buenaventura (Valle del Cauca), el lugar donde nació y a donde quisiera no volver.
Un resumen de su vida dirá que tiene 40 años y que su mamá lo dejó, junto con su hermana Paola, al cuidado de una amiga que tiempo después los dividió y los entregó a otras mujeres. Su hermana tendría cinco o seis años y él, dos.
De la primera señora que lo crió no tiene mayores referencias. A la segunda sí la recuerda perfectamente. Inocencia, así se llamaba. Pero le decían Chencha. Y se le revuelven las tripas cuando su imagen se le viene a la mente. “Esa mujer me daba muy mala vida. Por cualquier cosa me pegaba con lo que encontrara. Fue muy cruel conmigo”, cuenta Marcos, un hombre delgado y alto, de 1,86 metros de estatura —se ve saludable aunque tenga el alma rota— que logró convertirse en abogado no solo porque le interesaba esa profesión: sabía que así podría alcanzar justicia —o venganza, tal vez— en su caso, algo que todavía no logra.
Es un hombre hecho y derecho radicado en Bogotá —comparte apartamento con una amiga de una exnovia—, hace asesorias jurídicas y se desempeña como consultor en Colombia de Crin —www.crin.org—, una organización británica que ayuda a víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes. Su misión es tejer una red con personas que hayan padecido ese delito, en nuestro país, para orientarlas jurídicamente en busca de una reparación integral, algo que jamás ha recibido pese a su lucha a través de la Fiscalía y otras herramientas judiciales.
De su época de infancia recuerda que vivía en una casa de piso de tierra con otras siete personas. Debía compartir la cama con varios niños que, en un comienzo, creía que eran sus hermanos, como también creía que la mujer que lo criaba era su mamá. Sabría que eso no era cierto mucho tiempo después, cuando se dio a la tarea de buscar a su familia biológica.
En aquella casa no había baño. Las necesidades debían hacerlas en una letrina. Y tampoco había agua potable, un problema que persiste en ese paraíso de biodiversidad que rodea a Buenaventura, una ciudad bañada por varios ríos y cubierta por el imponente océano Pacífico. Creció sabiendo lo que eran el hambre y las precariedades en uno de los lugares más empobrecidos y violentos de Colombia, pese a que allí funciona uno de los más importantes y prósperos puertos del país. Creció sabiéndose un niño triste y solitario, carente de afecto pero dueño de un coraje a prueba de todo.
Hasta que un día se le apareció un ángel: una religiosa española llamada María del Carmen Gallego, que lo invitó a bautizarse y que, desde entonces, se convirtió en su amiga y protectora. Fue ella la que le sugirió que ingresara al internado Jesús Adolescente, que también era un colegio.
Panorámica de Buenaventura

Panorámica de Buenaventura Foto:AFP

La institución estaba a cargo de los Misioneros de Yarumal, de Antioquia, y posteriormente la Diócesis de Buenaventura la entregó en comodato a los Salesianos de Don Bosco: una obra fundada en 1859 por el sacerdote italiano Giovanny Melchiorre Bosco, mejor conocido como San Juan Bosco. Una comunidad religiosa enfocada en el cuidado y la protección de niños vulnerables, presente en 132 países y que llegó a Colombia hace 131 años, y considerada la más grande del mundo después de la Compañía de Jesús.
El internado era un hervidero de niños y jóvenes provenientes de hogares disfuncionales, víctimas de abuso sexual y violencia física y con problemas de consumo de drogas. Al comienzo, la mujer que lo cuidaba, le prohibió el ingreso. Pero él, de la mano de la hermana María del Carmen, insistió hasta conseguir un cupo. Allí tenía las tres comidas del día —eso le daba mucha ilusión— y podía estudiar: una de sus más grandes fascinaciones. Corría el año de 1995.
Pero allí también conoció el infierno y al hombre que, según él, sigue siendo su victimario: al salesiano Luis Fernando Valencia, que visitaba el internado varias veces al año junto con un grupo de novicios con quienes iba a hacer labores pastorales y a cautivar a jóvenes que, tal vez, podrían ingresar al redil de su congregación.
Valencia, oriundo de Abejorral (Antioquia) se empezó a ganar la confianza del pequeño Marcos, de 12 años. Hasta que un día, según la denuncia, lo invitó a su habitación. Y él obedeció, pues la palabra de los curas era sagrada y no había espacio ni lugar para cuestionamientos. “El padre me pide que me siente en la cama. Se hace a mi lado, me baja la cremallera y empieza a masturbarme durante un largo rato. Se levantó, me tiró unas monedas en la cama y me pidió que me fuera”, recuerda. Pasó un año, en promedio, —no recuerda las fechas con precisión— y se repitió la misma escena: Valencia lo invita a la habitación, mete su mano dentro de su bragueta agitadamente, le tira unas monedas y le pide que se vaya.
“Aquí hay que entender las relaciones de poder. Era un niño que no entendía lo que le había pasado con ese cura. No tenía a quién contarle nada y tampoco se me ocurría pedir ayuda”, cuenta Marcos.

En busca de sus raíces

Pasaron varios años hasta que la trabajadora social del internado le dijo que podía ayudarle a conseguir, por fin, un documento de identidad en el hospital del puerto. Hasta ese entonces solo sabía que su nombre era Marco Polo Torres. Y fue allí donde, al revisar en las historias clínicas, supo que su mamá se llamaba Lilia María Valencia y que tuvo cuatro partos, entre esos, uno de un bebé que nació muerto. A otro se lo llevó una enfermera, que lo adoptó. Y supo que su fecha de nacimiento era el 19 de diciembre de 1985. También se enteró de que su padre se llamaba Marcos Campos.
Muy posiblemente la amiga de su madre, quien lo acogió siendo un bebé, sabía el nombre de su padre y por eso decidió llamarlo igual, o casi igual.
Y decidió llamarse así: Marcos, con una ese al final. Y se dejó el Torres al entender que cambiarse el apellido no lo ayudaría en nada. Y empezó a ganarse la vida trabajando como soldador, un oficio que aprendió en el internado mientras contemplaba, sorprendido, cómo un niño del internado dormía en la habitación de otro salesiano que tiene varias denuncias por abuso sexual. “Era como el novio de ese cura”, suelta.
De hecho, con el dinero que se ganó haciendo unos arreglos en el internado, se fue con su hermana Paola, con quien ya había retomado o, para Tumaco: el lugar de donde, según indagaron, era oriunda su madre. Caminaron y caminaron preguntando si conocían a una tal Lilia María Valencia hasta que en un barrio, apenas los vecinos vieron a Paola —radicada en Italia hace varios años—, no pudieron evitar recordar la estampa de aquella mujer. Eran casi idénticas. Y ahí, en esa misma calle, encontraron a sus familiares, que le dijeron que había muerto hace muchos años.
Marcos Torres es consultor en Colombia de Crine, una organización global que apoya a víctimas de abuso sexual.

Marcos Torres es consultor en Colombia de Crine, una organización global que apoya a víctimas de abuso sexual. Foto:Milton Díaz. EL TIEMPO

Él, por su cuenta, viajó a Barranquilla a buscar a su padre. Y como los salesianos eran su única familia conocida, con la cual había desarrollado unos vínculos tóxicos, buscó refugio con ellos. Y allí, en un colegio a cargo de dicha comunidad, el rector lo invitó a su habitación. “Se entró a bañar y salió con la toalla, haciendo comentarios de doble sentido, y me preguntaba: ¿me quito la toalla? ¿O me la dejo?”, sigue su relato.
Finalmente no pasó nada con aquel cura. Tampoco obtuvo información sobre su padre.
Buscando nuevos horizontes y siendo un adolescente de unos 17 años, esta vez en Medellín, también buscó a los salesianos. Y al llegar a dicha comunidad se enteró de que la persona a cargo era el mismo Luis Fernando Valencia. Y allí ocurrió otro episodio de abuso, cuando el padre —afirma— lo llevó de nuevo a su habitación y le pidió que se acostara en la cama; se le abalanzó encima durante varios minutos que fueron una eternidad sintiendo su cuerpo, su respiración y sus partes íntimas de una manera vulgar. Así actúan los verdugos con esas personas a las que abusaron desde niños, aprovechando su condición de poder. Y él, como siempre, se quedaba mudo como una pared, con la cabeza convertida en un revoltijo de sentimientos y dolor.
Pasó un buen tiempo y Marcos arribó a Bogotá buscando un mejor porvenir. Trabajaba en talleres mecánicos del barrio Siete de Agosto, hasta que consiguió un cupo en el Colegio Mayor de Cundinamarca para estudiar Derecho en las noches. Y como ganaba poco en ese trabajo y no le daba mucho tiempo para cumplir con sus labores académicas, hizo un curso de auxiliar istrativo en el Sena y consiguió un mejor empleo que le permitió graduarse como abogado de la Universidad Autónoma, en el 2017, pues decidió retirarse de la institución donde había iniciado su carrera. Ya con el título en la mano, trabajó un buen tiempo en la Secretaría de Integración Social del Distrito y en una firma de arquitectura.
El 24 de septiembre del 2018 puso la primera denuncia en la Fiscalía, narrando los hechos de los que había sido víctima. Y solo hasta el primero de septiembre del 2020 recibió contestación, en la que le explicaban que su denuncia había sido archivada. El argumento: la legislación del momento contemplaba la prescripción de la acción penal hasta 20 años después de cumplida la mayoría de edad. Pero esa razón no era del todo cierto, pues cuando él puso la denuncia no se había cumplido ese tiempo, aunque sí estaba cerca. Un argumento que Marcos sigue refutando. Vale aclarar que más adelante, en el 2021, la Ley 2081 declaró imprescriptible el delito de abuso sexual en menores de 18 años.
También envió copias de la denuncia a los salesianos, que lo citaron para una reunión a la que se rehusó a asistir porque no quería que lo revictimizaran. Y como la Fiscalía nunca imputó al padre Valencia, quedaron tranquilos. Y esa es la defensa principal del sacerdote y de su congregación.

La confesión del padre Valencia

EL TIEMPO ó a la Comunidad Salesiana a través de su página de Facebook y semanas más tarde el abogado Fabio Upegui llamó al autor de este reportaje y le explicó que había sido asignado para dicha diligencia. La entrevista quedó definida para el 13 de junio a través de una videollamada, y no solo estaría el jurista: también el mismo padre Valencia.
—Marcos Torres afirma haber sido víctima de abuso sexual de su parte, en varias ocasiones, cuando era estudiante en el internado Jesús Adolescente. ¿Eso es cierto?.
—Esa acusación es falsa.
—¿Lo conoció?
—Él se me presentó en una llamada en el 2018 y me hizo recordación. Es más que todo por eso.
—¿Lo ha visto alguna vez en la vida?
—Yo nunca trabajé de tiempo completo en Buenaventura. Tuve que pasar por allí y es posible que lo haya visto, como a muchos más—, respondió.
Y evidentemente no contó la verdad, pues el caso de Marcos —aunque con un nombre ficticio— fue incluido en el libro ‘Dejad que los niños vengan a mí’, del periodista antioqueño Juan Pablo Barrientos, en el que Valencia reconoció recordarlo como un buen lector, algo que siempre ha sido cierto. Barrientos, quien entonces trabajaba en 'La W Radio' y quien accedió a sus declaraciones a punta de tutelas y acciones de desacato, publicó parte de la entrevista que le hizo en dicho espacio radial, en el que el religioso reconocía haberlo conocido, aunque siempre ha negado haber abusado de él. EL TIEMPO tuvo a esa información.
El padre Ariel Guerrero, ecónomo de la obra salesiana en Medellín, también estuvo presente en la entrevista. Explicó que Valencia fue suspendido de sus labores mientras avanzaba la denuncia que se envió a Roma, a la Santa Sede, el 17 de noviembre del 2018. El caso, en Colombia, fue manejado por el Tribunal Eclesiástico de Medellín. El 12 de febrero del 2020 llegó la notificación del Dicasterio de la Doctrina de la Fe, del Vaticano, en la que le restituían las labores suspendidas a Valencia tras una investigación canónica que determinó que era inocente.
Por tanto, retomó su oficio y hoy, a sus 60 años, ostenta el cargo de inspector de la Comunidad Salesiana en Medellín, como aparece en la página de internet de esa institución. Según sus palabras, su trabajo consiste en animar y dirigir a los religiosos de la provincia.
Marcos Torres no se rinde y se arma con las herramientas que le da la legislación colombiana que bien conoce. Le ha solicitado a la Fiscalía, en tres ocasiones, que desarchive su denuncia, y siempre la respuesta ha sido negativa. Así que interpondrá una acción de tutela conjunta, con otros dos casos de víctimas de abuso sexual por parte de clérigos que viene asesorando. Y de no llegar a proceder, acudirá a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que ha fallado a favor de denunciantes con casos similares al suyo, pues son considerados de lesa humanidad.
“Sigo luchando para que se haga justicia, para que ese cura pague ante la ley por todo lo que me hizo. Y claro que voy a pedir una reparación económica, pues me la merezco, mi vida ha sido una tortura y he pasado muchas necesidades”, advierte Marcos, quien sigue adelante en su trabajo como consultor de Crin, en el que ha conocido a muchas víctimas de abusos cometidos por sacerdotes, de las cuales, muy pocas quieren poner la cara. “Han decidido echarle tierra al asunto, ya tienen familia y no quieren recordar lo que les pasó”, sigue el hombre.
De hecho, en el pasado mes de abril estuvo en Colombia el británico Leo Anthony, responsable del trabajo legal y de política de dicha Crin, que ha venido haciendo lobby en el Congreso de la República. Solicitaron la creación de una comisión de verdad, justicia y reparación para las víctimas de abuso sexual en ambientes eclesiásticos y una política pública de prevención de abusos en entornos clericales. Gestiones que, lamenta, no han hecho eco entre los honorables parlamentarios.
Marcos se declara ateo. Nunca fue creyente. De hecho, siendo catequista en el internado, cuestionaba asuntos del Evangelio. “Nunca entendí, por ejemplo, por qué y para qué Jesús bajó al infierno después de haber sido crucificado. Les preguntaba a los curas y no me daban respuesta. Al contrario, me regañaban”.
No cree en Dios ni en la justicia divina. Y menos, en la justicia de los humanos. Eso sí, cree en él. Y mucho.
José Alberto Mojica Patiño
Editor de Reportajes Multimedia de EL TIEMPO
En Twitter: @joseamojicap
*Si usted ha sido víctima de abuso sexual por parte de un sacerdote, favor escribir a [email protected]

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