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El tesoro escondido de Norcasia: río La Miel, el destino que cautiva por su encanto
Jóvenes emprendedores crearon rutas turísticas para explorar este territorio de Caldas.
El río nace de la filtración de los bosques nativos y páramos en Marulanda y Pensilvania, en Caldas. Foto: Camilo Peña
La aventura se inicia en el puente Hierro, la conexión vial que conecta a Norcasia con el resto del país. Su altura permite apreciar un tramo del río La Miel, un paraíso turístico del departamento de Caldas que estuvo cerrado varios años a causa del conflicto armado.
Con remos al hombro, chalecos salvavidas y cascos descendemos por un paraje natural conformado por espesas vegetaciones y playas de río (probablemente escenario de disputa entre paramilitares y guerrilleros en los años 2000) para encontrar el espacio que permita la movilización de las balsas.
El caudal del río (uno de los más importantes del oriente de Caldas) se controla artificialmente por el embalse de Amaní –central hidroeléctrica Miel 1–, que genera y provee de energía a varias ciudades del país.
Desde el conflicto armado hasta la fecha ha sido una fuente hídrica poco visitada, pero, dadas las oportunidades turísticas que ofrece, hoy sus habitantes, en especial jóvenes formados y capacitados, se está impulsado como un destino emergente y de paz.
Con remos al hombro, chalecos salvavidas y cascos descendemos por un paraje natural conformado por espesas vegetaciones y playas de río. Foto:Camilo Peña
Llegamos a Norcasia por la noche. Salimos de Bogotá en carro por la calle 80, en dirección a La Vega. Pasamos por Villeta, Guaduas, tomamos la Ruta del Sol hacia La Dorada y, una vez termina este municipio, nos topamos con una carretera amplia, pero que con el paso del tiempo se ha ido deteriorando, al punto de que los habitantes de este municipio piden todos los días un arreglo. Es un viaje de aproximadamente cinco horas desde la capital del país.
El recorrido entre La Dorada y Norcasia, entre tanto, es de una hora, que se acorta si se viaja en camioneta. Las casas de los habitantes son coloridas, típicas de la región caldense. Sus calles son estrechas y elevadas. A nuestra llegada la plaza principal estaba sola, pero las tiendas de comida abiertas y con música de fondo. En el coliseo del municipio se disputaba la final de un torneo de microfútbol, y la mayoría de sus habitantes estaban allí. Unos celebraban y otros refunfuñaban por la pérdida de su equipo, pero no importaba, lo clave es participar y disfrutar del momento.
Esa noche, Oliver Pescador, creador de Norcasia Travel, uno de los primeros operadores turísticos creados en este municipio, da algunas pinceladas sobre la actividad turística más representativa de este lugar: rafting o descenso de río.
“Descenderemos por el río La Miel en un recorrido de 8,5 kilómetros en una balsa de PVC, electroselladas y diseñadas específicamente para este tipo de actividad. En el recorrido apreciaremos todo tipo de fauna y tendremos la oportunidad de nadar en sus aguas”, cuenta Pescador a EL TIEMPO.
“El turismo para Norcasia –reconoce– es la articulación de todos los sectores económicos que logran la combinación entre el campo, entre las personas del territorio, sus habitantes y la parte turística que está anclada a los atributos de este departamento”.
Los líderes de esta experiencia –además de Oliver– son jóvenes emprendedores que no superan los 25 años. “Yo junto con un amigo íbamos a salir para Brasil a trabajar con los llamados ‘gota a gota’, en búsqueda de mejores oportunidades. Sin embargo, vimos el potencial que tenía el río La Miel, decidimos educarnos y desistir de la idea de viajar”, cuenta Juan Arizmendi, de 20 años y líder de Norcasia Rafting, iniciativa que surgió hace siete meses.
Juan aplicó a convocatorias de Panaca para capacitarse y fue aceptado para estudiar formación en turismo rural y comunitario. “Duramos un mes en este parque y tuvimos un proceso muy bacano porque aprendimos el valor que tiene nuestro territorio para trabajar de la mano de los prestadores de servicio y así generar impactos positivos en la comunidad”, relata el joven.
Adicionalmente, a estas capacitaciones, la ley colombiana exige certificaciones en rafting para prestar este servicio de aventura. “Las obtuvimos por medio de la Escuela Nacional de Aventura del Sena de San Gil, Santander. Logramos traer un profesor de la escuela hasta Norcasia e hicimos, durante un año, todas las capacitaciones necesarias”, detalla Arizmendí.
El recorrido siempre es acompañado por un guía en kayak para ayudar en caso de emergencia. Foto:Camilo Peña
¡Hora de lanzarse al agua!
Transportar las balsas de tierra firme al afluente no es tarea sencilla. Pesan aproximadamente 80 kilos, y algunos de los guías se han lesionado la espalda mientras las movilizan. Sin embargo, en esta ocasión probarán un sistema de poleas creado por ellos mismos que permita ahorrar trabajo y tiempo.
Y funcionó. Instalaron una barra de metal en lo más alto del puente Hierro y con unas sogas resistentes descendieron dos balsas en cinco minutos en una distancia de un kilómetro, que separa el puente del río La Miel.
Este afluente nace en la cuchilla Picona como resultado de la filtración de los bosques nativos y páramos en lo alto de la cordillera Central, entre los municipios de Marulanda y Pensilvania, en Caldas. Desciende sobre la cordillera con vista al valle del Río Magdalena, bañando Pensilvania, Manzanares, Marquetalia, Victoria, Samaná, Norcasia y La Dorada, en donde muere.
La caminata por el paraje natural terminó (como se inició esta crónica) y ahora es tiempo de subirse a las balsas. Antes, una charla técnica y de seguridad. Las dos balsas son distribuidas equitativamente por peso y personas: una, liderada por Oliver y otra, por Juan, quienes previamente se comunicaron con el embalse de Amaní para saber cómo sería el caudal del río.
En el cañón del río La Miel los turistas pueden disfrutar de cascadas naturales y de sumergirse en sus aguas. Foto:Camilo Peña
Las brazadas para ir a determinada dirección deben realizarse simultáneamente por los integrantes de la balsa y son coordinadas por el líder. “Adelante, atrás, izquierda y derecha”, grita Arizmendí. La experiencia de los guías en estas aguas cristalinas y verdosas –tranquilas en esta oportunidad– se evidencia, pues conocen a la perfección cada tramo, piedra y remolino del río La Miel. Justo al lado de nosotros va un guía en kayak para ayudar en caso de emergencia.
En los primeros metros del recorrido se aprecia una parte del embalse Amaní. Su infraestructura es imponente, pero no a los niveles de la naturaleza que lo rodea. A lado y lado se observan árboles gigantes y en sus copas reposan los rayos del sol junto a monos aulladores. En el aire vuelan cormoranes, aves pescadoras, y martines pescadores. En el agua se aprecian picudas, doradas y mojarras.
El caudal sigue bajo y tranquilo. En ciertos tramos se torna rápido, y Juan pregunta si queremos volcarnos. Lo intentamos al chocar intencionalmente contra una roca pero no lo logramos, siendo la primera inyección de adrenalina del recorrido que dura aproximadamente cuatro horas. Llegamos al cañón del río La Miel, un lugar diseñado por la naturaleza donde convergen formaciones rocosas de gran tamaño, desde donde puede zambullirse saltando al vacío a una distancia de diez metros.
El salto se realiza con casco y salvavidas y acompañado de una cuerda guía para acercarse a la orilla. Es tiempo de un refrigerio y de pensar por qué estos parajes naturales estuvieron vetados por tantos años por efecto de la violencia. Lo importante es que se han convertido en una oportunidad de trabajo y resiliencia para los habitantes de Norcasia.
Vista general del embalse de Amaní. Foto:Camilo Peña Castañeda
Antes de partir la recomendación es conocer a plenitud el embalse Amaní, visitando un mirador que está ubicado en la parte más alta del municipio. Es un espacio ideal para tomar fotos y videos, y si lo quiere, puede adquirir paseos en lancha.
Oliver Pescador, a través de su operador turístico, llevó en 2022 a 14.000 turistas y en 2024 espera superar esa cifra.