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Experiencia local

Bogotá: el veterano planchador y vendedor de sombreros del centro capitalino

Desde los 14 años, don Luis Carlos Orjuela ha estado detrás de mostradores en las antiguas sombrererías de la tradicional 'Calle San Miguel', de Bogotá.

Sombrerero el centro

El veterano vendedor y planchador de sombreros empezó a trabajar en este sector, desde los 14 años. Foto: Ricardo Rondón

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Don Luis Carlos Orjuela Cobos llega, paso firme, a la cita, 8 de la mañana, por la calle 11 con carrera 8ª, en el mismo tramo donde a la mañana siguiente del feroz 9 de abril de 1948, los cuartilleros de crónica roja registraron el macabro hallazgo de "una cabeza de mujer con una torre de sombreros", rezago espeluznante de la devastadora violencia que sucedió al magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán.
Orjuela saluda entusiasta, con un fuerte estrechón de manos. No parece que cargara con los 80 años, que a escasos días está por cumplir. Luce un traje azul egipcio que combina con una camisa celeste, anudada al cuello por una corbata a rayas; relucientes zapatos negros, y un sombrero parduzco, encocado, que rememora la finura del sagaz espía británico John Steed (Patrick Macnee), de la antigua serie 'Los Vengadores'.
Orjuela es el planchador y vendedor de sombreros más antiguo de la tradicional ‘Calle San Miguel’ (conocida como 'Calle de los Sombreros'), a donde llegó a trabajar a los 14 años: "Vivía con mis padres en el barrio San Antonio, en la residencia de don Carlos Navarro, un ricachón de lo más buena gente, y de allá me venía por la Décima, en el 'Municipal', un bus largo, ancho, chato y feo, como de penitenciaría, que me dejaba aquí al frente donde estamos parados", señala el veterano con acento rolo.
Sombrerero el centro

El señor Orjuela, ya pensionado, persiste en su rutina de madrugar a trabajar. Es el que abre y cierra el almacén. Foto:Ricardo Rondón

Un tinto y una infusión de romero, kiwi y toronja, en Casa San Miguel, con la descarga de trombones y trompetas del Jazz Band de Benny Goodman, cae de perlas para que don Luis Carlos desenrolle la apretada madeja de sus memorias sombrereras, en este restaurado local de dos plantas, otrora el extinto Café San Miguel, de coperas y billares, donde el tristemente famoso coronel Royne Chávez, amor perdido de la cantante Marbelle -citan los catanos de cuadra-, armaba festines dionisiacos con alcahuetes de charreteras, compinches de Casa de Nariño y pelanduscas de contrata.

Entre mostradores

Era la 'Atenas Suramericana' de los años 40, poblada de cachacos de finos ternos de paño inglés, gabardina, sombrero y paraguas, que inundaban los cafés del centro, atrincherados en las sábanas de los periódicos del día, o en candentes tertulias políticas, en las que metían labia hasta los emboladores; el atronador rugir de las grecas alemanas, la bulla de loteros y voceadores de prensa, los pedidos de meseras, y de fondo, los ecos lánguidos de una música extraviada en el "tas tas" de las carambolas, todo envuelto en una espesa humareda de pipas y chicotes.
Orjuela era adolescente, pero tenía chanfa, cuando el trabajo no era prohibido para los menores de 21 años. La 'Calle San Miguel' estaba poblada de sombrererías, un promedio de 30; almacenes de trajes para hombre; otros, de vestidos y rios para novias; unos más de paños y telas atendidos por turcos y judíos; sastrerías de caché, restaurantes árabes con notoria presencia de palestinos; y sancochaderos y cantinas arrabaleras por doquier.
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Brando es uno de los almacenes de sombreros más antiguos de la ciudad, con un siglo de trayectoria. Foto:Ricardo Rondón

"Yo empecé tirando escoba y limpiando polvo con plumero del Pasaje Rivas en la Sombrerería Stella, del Italiano Guido Lacorazza Stella. Luego, me pusieron de mensajero, y a los 5 años me ascendieron a mostradores como vendedor. Ahí duré 42 años trabajando de largo, entre el almacén y la fábrica, que todavía funciona en el barrio Ricaurte.
Después me fui a trabajar a la Sombrerería Roxi. De ahí pasé a la Niágara. Y, hace 18 años, estoy en la Brando, la más antigua, porque pasa de 100 años. La fundó el italiano Pascual Brando, y hoy es de su hijo, don Gaetano, de 92, que también fue dueño de la Boson. Excelentes patrones, pa'qué", relata Orjuela, a quien don Gaetano le confía las llaves del local. Don Luis saca del bolsillo el llavero, pica su ojo de gallo y hace tintinear las guardas.
Sombrerero el centro

Orjuela recuerda, cuando de su casa al almacén, se transportaba en el 'Municipal', un bus largo, ancho, chato y feo, como de penitenciaría. Foto:Ricardo Rondón

Planchador

-Don Luis Carlos, en esa época, ¿cuánto valía un sombrero Barbisio?
-Entre 65 y 70 pesos.
-Y hoy cuánto vale.
-Eso depende: entre 900.000, y tirando al millón.
-Cómo es eso de planchar sombreros.
-Se aprende viendo a los que saben, y como cualquier oficio, se hace con mañita y cariño: es poner el sombrero al vapor, y masajearlo con los dedos hasta darle la forma que el cliente pide, en la copa o en las alas. Si le queda muy estrecho, se pone en la horma de madera para ensancharlo. Todo a la justa medida.
-¿Nunca le dio por hacerse a su propia sombrerería?
-No, porque nací para empleado. El negocio no es pa' todo el mundo. Yo estoy pensionado, pero sigo produciendo. Llevo 34 años de casado, y aunque mis 3 hijos (2 mujeres y un hombre) están grandes, no he perdido la costumbre de madrugar a trabajar. Aquí llego a las ocho a echar tinto y a hablar carreta con los vecinos, pero abro a las nueve y media. Y así, hasta que Dios lo permita.
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En Casa San Miguel, funcionó por más de 30 años el legendario Café San Miguel, de coperas y billares. Foto:Ricardo Rondón

Con el sombrero puesto

El arquitecto Germán Ayarza Bermúdez, heredero vigente de la tradición sombrerera del centro bogotano, resume la nostalgia de lo que en años prósperos y memorables fue 'La Calle San Miguel' y sus alrededores, emporio de glamour y elegancia, pasarela obligada de la élite, con sus cafés, restaurantes y loncherías de postín, como el salón Yanuba, o el recordado Cream Nevado; y en la noche, la Calle Real (la Séptima) y la Plaza de Bolívar iluminadas por románticos faroles.
Las casonas coloniales de estilo republicano, neoclásico hispano, destinadas en los altos para vivienda y hospedaje, y en los bajos para el comercio, donde en períodos de entreguerras se asentó una variopinta migración de italianos, libaneses, judíos, palestinos, judíos sefardíes, emprendedores de negocios de finas telas, paños ingleses, y sombreros a granel, la mayoría importados, como los de la casas Brando, Limogni, Stella, Ricci y Lacorazza, y de concurridos restaurantes especializados en comida árabe.
"Morir con el sombrero puesto" fue una metáfora a la que los comerciantes de sombreros recurrieron como acicate para reforzar el compromiso de trabajo y patrimonio, que hace más de un siglo cobró vigencia como negocios de familia, de tránsito generacional.
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*La vida de don Luis Carlos Orjuela Cobos ha transcurrido entre los mostradores de la antigua 'Calle San Miguel', también conocida como 'Calle de los Sombreros', en pleno centro de Bogotá. Foto:Ricardo Rondón

Ayarza Bermúdez nombra orgulloso a su padre, don Ernesto, que fue empleado de Brando por 30 años, y que con ahorros propios y de su esposa Rosita Bermúdez, que tenía un almacén de ropa, sentaron la primera piedra de lo que con el tiempo repercutió en una sólida empresa familiar de sombrererías en el sector como La Americana, San Miguel, Bogotá, San Francisco, Plaza de Bolívar, y hasta una sombrerería itinerante que recorría caminos polvorientos en ferias equinas, ganaderas, y rodeos.
Del Clan Ayarza Bermúdez sobreviven Bogotá y San Miguel, y en esa misma arteria, Brando, Universo y Gaalad. La nostalgia del arquitecto Ayarza por esa legendaria 'Calle de los Sombreros' se reduce a un puñado de bellos recuerdos, del trabajo a pulso de padres e hijos, y de una sociedad bogotana culta, elegante y de buen gusto, de la que hoy solo dan cuenta retratos de papel en blanco y negro, y la memoria imperecedera de historiadores y cronistas.
"Hoy, con profundo pesar, y con mucho esfuerzo, enfrentamos el ocaso de lo que fue un negocio bonito y venturoso, y de entrañables afectos familiares. Las cargas tributarias y laborales presionan cada vez más el cierre y la liquidación de personal, o en últimas, a regresar como propietarios a los mostradores".
Sombrerero el centro

Algunas de las casonas de las antiguas sombrererías conservan su impronta colonial de arquitectura republicana neoclásica. Foto:Ricardo Rondón

El melancólico diagnóstico de Ayarza se ve reflejado en otras fuentes de trabajo que hoy ocupan locales de antiguos caserones, y que aún conservan su impronta colonial: cafeterías, asaderos, fruterías, pescaderías, casas de cambio, y de apuestas, cafés temáticos con galerías, y un almacén de productos fotográficos.
De retorno, me fijo en el Gardel que exhibe la vitrina de la Sombrerería Bogotá: el 'Zorzal' sonriente con el Borsalino gris que se acuñó universal como 'El Gardeliano', y que a lo mejor ceñía la testa del cantor en la tarde fatídica del 24 de junio de 1935, en el aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín; como el luctuoso recuerdo de don Juan Legido, 'El Gitano Señorón', que llevaba su "sombrero de ala ancha con que adorno mi cabeza", cuando dejó de latir su corazón en la madrugada del 28 de mayo de 1989, en una habitación del desaparecido Hotel del Duc, en el centro de Bogotá.
Morir con el sombrero puesto.
RICARDO RONDÓN CHAMORRO
Especial para EL TIEMPO

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