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‘El sol quema más en Chingaza que en Girardot’: el testimonio de bogotano que vive hace casi 30 años en el páramo
Durante casi 30 años, Julio Rozo ha vivido en el páramo de donde se abastece de agua Bogotá y municipios de la Sabana. Cuando llegó a la zona debía utilizar doble pantalón, overol y chaqueta gruesa.
Julio Rozo señala hasta dónde llegaba el embalse de Chuza, el principal del sistema Chingaza y de donde históricamente más se ha abastecido Bogotá y la Sabana. Foto: Sergio Acero. EL TIEMPO
“El sol quema más ahora en Chingaza que en Girardot”. Así, Julio Rozo Arévalo, un veterano trabajador de la Empresa de Acueducto de Bogotá, intenta describir lo que él está viviendo en el páramo de Chingaza y donde, asegura, hace 30 años no era fácil “verle la cara” al astro rey.
“Todo estaba cubierto (de niebla) y era difícil ver con claridad mas allá de unos pocos metros de distancia. El sol podía aparecer unos minutos durante el día y luego no se lo volvía a ver. Todo el cielo permanecía oscuro, encapotado”, recuerda este maquinista que desde 1997 llegó a la zona del embalse de Chuza, localizado entre las montañas de la cordillera Oriental, en límites de los departamentos de Cundinamarca y Meta.
Así de vio el río Chuza 21 de agosto de 2021. El río no tenia límite con el embalse del mismo nombre y llegaba hasta el campamento de trabajadores del Acueducto de Bogotá. Foto:Empresa de Acueducto de Bogotá
A este sitio se llega luego de recorrer más de dos horas y media en carro desde la población de La Calera, por una carretera destapada y angosta que se va abriendo paso zigzagueando la montaña, buscando siempre la cima, y que tiene largos tramos donde los huecos obligan a los conductores que la transitan –en el recorrido muy de vez en cuando se encuentra un camión o una volqueta o viejas camionetas de platón o camperos aparcados– a parar la marcha o a pasar del borde del abismo recostado a la montaña, como trazando una zeta.
Julio Rozo no es un experto meteorólogo, es el operador de la maquinaria pesada o amarilla con la que el Acueducto de Bogotá le hace mantenimiento a las carreteras que circundan los embalses de Chuza y San Rafael y la planta Wiesner. Pero hoy sí es la persona que más ha experimentado el cambio que ha tenido en las últimas tres décadas el clima en este páramo de donde Bogotá y los municipios de la Sabana se abastecen del agua más pura que se pueda tener y que no exige un tratamiento costoso.
Así se ve ahora el río Chuza. Es un pequeño hilo de agua que cerca de un kilómetro más abajo cae al embalse. Imagen captada en septiembre de 2024. Foto:Empresa de Acueducto de Bogotá
Este bogotano de 62 años que ya espera cumplir el tiempo y los requisitos para pensionarse, llegó a Chingaza hace 27 años, trasladado de las oficinas en la zona de Corferias.
Se vinculó a la empresa a los 23 años, eso ya hace casi cuatro décadas, en el nivel más bajo que hay entre los obreros del Acueducto. Apenas había hecho primaria y cuarto de bachillerato, que lo finalizó validando en la noche.
Luego era quien llevaba documentos y las carpetas de los miles de clientes de una oficina a otra. En ese tiempo –dice– la información no estaba sistematizada y cada suscriptor tenía una carpetica. Pero su intención era manejar la maquinaria pesada.
Así que por su cuenta aprendió a conducir en unas camionetas Nissan y Ford y luego dio el paso a las grandes máquinas como los Vactor, las dragas, las retro y las excavadoras. La primera que manejó, cuenta, fue un minicargador en el año 85, luego de que entró a operar la planta El Sapo (hoy Wiesner), que se vio colmatada al abrir por primera vez la compuerta del túnel que viene de Chingaza.
“En ese momento no había quien lo manejara y preguntaron: ¿quién lo sabe manejar? Y yo dije: ‘pues yo’. Y ahí comencé a desempolvarme con las máquinas y a cogerles amor”, recuerda.
A finales de abril de 2024, cuando aparecieron las construcciones que había sido tapadas En abril de 2024 aparecieron las construcciones que habían quedado tapadas con el llenado del embalse de Chuza. Hasta allí llegaron empleados del Acueducto de Bogotá a hacer fotos sorprendidos por ese hecho. Foto:Empresa de Acueducto de Bogotá
Eso fue lo que, precisamente, lo llevó a convertirse en instructor de maquinaria pesada y entre sus alumnos ha tenido a otros trabajadores de la empresa y a aprendices del Sena, y tiempo después lo llevó a cambiar de manera radical su estilo de vida en la ciudad.
Aunque solo había conocido Chingaza durante unos trabajos con pico y pala y luego en un paseo familiar, aceptó la oferta de irse para las montañas del oriente de Cundinanarca, alejado del mundo y donde compartía con 72 personas (ahora no pasan de 14) que estaban distribuidas en los campamentos de Palacio y Chuza. Todos veían a sus familias una o dos veces al mes, dependiendo de los ciclos de trabajo que han estado establecidos y que pueden ser 12 días de labores por 3 de descanso o 25 de trabajo por 5 cinco descanso.
Allí todos padecían la falta de tecnología y el único o con sus familiares y el resto del mundo era un viejo televisor que había que conectar a través de un cable a una antena de aluminio apoyada sobre el techo y un teléfono empotrado en una de las paredes del campamento de trabajadores, pero que rara vez funcionaban. Esos armatostes dependían mucho del estado del clima.
En abril de 2024 el embalse llegó a su nivel más bajo. Se recuperó luego con algunas lluvias, el racionamiento y el ahorro de las personas. Foto:Cortesía Jaime Vargas
En esa época, recuerda Julio, hacia tanto frío que había que ponerse doble pantalón, el overol encima y además una gruesa chaqueta para no encalambrarse con las temperaturas que podían rondar los cero grados centígrados. Eso no es nada parecido a lo que hoy se vive en Chingaza, según dice. El sol aparece la mayor parte del día e ilumina amplias zonas de las montañas que circundan el embalse y se siente como si picara en la piel. Sus rayos ya no suelen filtrarse entre las nubes, pues son pocas las que se visualizan en el firmamento y una que otra tiene apariencia oscura.
Es por eso que cuando, ante un amago de llovizna, se le pregunta que si va a llover, Julio con contundencia responde con un “no”. Como anécdota quedó que en la base militar de Golillas (zona donde está la válvula que permite la salida del agua de filtraciones y el caudal ecológico hacia el río Guatiquía, el mismo que pasa por Villavicencio), por unos minutos el clima cambió. Una gran nube cubrió la montaña, hizo frío, apareció el rocío y luego cayó una breve lluvia. Después de cerca de un minuto de agua y de una carrera de los presentes buscando refugio bajo techo, el cielo volvió a despejarse y el sol continuó esplendoroso.
De la alegría –porque después de 34 días secos parecía que iba a caer agua– se pasó a la desazón. Por cosas como estas es que el veterano maquinista suelta sorprendentes afirmaciones: “El sol quema más ahora en Chingaza que en Girardot” (el caluroso y turístico municipio del suroccidente de Cundinamarca) y “hace más frío en Bogotá que acá (en Chuza)”.
“El páramo no es para todo el mundo, él selecciona a su gente”, dice Julio refiriéndose a que ha visto desfilar por allí a muchos trabajadores pero son pocos los que aguantan algunos años. En Chuza, solo él y Cherman Ardila, el operador de tratamiento en el túnel que lleva el agua hasta San Rafael y quien había sido lanchero, son los más antiguos. Cada uno tiene cerca de 30 años en esas montañas.
¿Qué hace Bogotá para superar la crisis de agua? | Gerente del Acueducto explica el momento actual de los embalses y lo que hace la empresa para superar la crisis de agua Foto:
Este hombre de piel curtida cuenta que muchas veces ha tenido que sacrificar navidades y años nuevos sin su esposa, sus tres hijas y su nieto. Ya en el 2000 flaqueó ante la incomunicación y la distancia –había que ir a La Calera para llamar a su casa– y pidió que lo regresaran a la ciudad. Pero solo aguantó dos años y, de nuevo, ante otra solicitud de regresar, accedió y se quedó definitivamente.
Chingaza se volvió su casa y disfruta cada vez que se encuentra o aparecen rondando los campamentos un oso, un venado o un puma. Con orgullo afirma ser la primera persona que vio el oso de anteojos en Chingaza. Se lo encontró en el camino y al día siguiente vio otros cuatro. Eso fue en el sector de la Mina de Palacio, un viejo pueblo abandonado, ubicado montaña arriba, a unos 35 km de La Calera, y donde Cementos Samper sacaba piedra caliza que luego era triturada en Usaquén.
“Es una experiencia inolvidable, emocionante. Se hablaba del oso y del oso, pero nadie lo había visto. No era uno solo, sino cuatro, y ahora hay bastantes y se pueden encontrar en el camino”, asegura este hombre nativo del viejo pueblo de Suba, de donde proceden también sus padres, él, sus hijas –una de ellas trabaja en el Acueducto– y su joven nieto.
Igual que los osos, Julio se ha encontrado venados e incluso a una pareja de cóndores que aparece cada cierto tiempo. “Ellos se van en su recorrido y duran una semana, 20 días o un mes, pero la casa oficial es Golillas”.
Este veterano empleado no ha estado en los últimos días raspando la carretera con la motoniveladora, como es su diario trasegar, para cubrir los huecos y dejar los cerca de 100 km de carreteables que hay en la zona un poco más transitables, sino que ha estado dedicado a retirar con retroexcavadora el material que ha arrastrado el río Chuza –que es un hilo que se abre paso en el empedrado lecho–, para cuando regresen las lluvias no termine en el fondo del embalse y le reste capacidad.
Los visitantes del embalse de Chingaza se han podido encontrar con osos. Foto:Cortesía Jaime Vargas
Ese lánguido espejo es un recuerdo del poderoso río que no tenía límites con el lago. Cuando Rozo conoció Chuza, el agua iba de orilla a orilla y se extendía por cerca de un kilómetro de distancia, entre el puente de concreto que conduce al campamento del mismo nombre y el embarcadero. Las imágenes más cercanas de ese gran afluente datan de agosto de 2021, y de ello quedan como prueba –advierte– unas fotos en poder del Acueducto de Bogotá.
Esa fue la última vez, recuerda el maquinista, que el embalse estuvo en su máxima capacidad y repasó la línea divisoria que se ha marcado como una huella indeleble que se puede divisar a lo largo de los más de 12 kilómetros que tiene el embalse. Después de ese momento, y tras un fuerte fenómeno de El Niño, el nivel empezó a descender, hasta alejarse del campamento de Chuza y quedar descubiertas en abril, cuando Bogotá entró en racionamiento, unas viviendas en el sector de Compuertas.
Es la primera vez en casi 40 años, después de que fueron tapadas con la inundación de la presa, que se ven esas construcciones de ladrillo que hicieron campesinos y durante la construcción del embalse, y que llamaron la atención de empleados del Acueducto; varios de ellos, incluso desde Bogotá, llegaron hasta allí para hacerse fotografías.
Pero tras las afluencias de mayo, junio y julio, y varios meses de racionamiento y ahorro de agua, esas viejas estructuras volvieron a quedar cubiertas. Pero de continuar la reducción de las lluvias –como todavía sucede hoy– pueden a parecer de nuevo, como alerta de la grave crisis por agua que tienen Bogotá y la Sabana.
Mapa del sistema Chingaza. Foto:Infografía EL TIEMPO