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Detalles que nos hacen perder el amor por la ciudad | Voy y vuelvo

Los maletines, las polisombras y las cintas amarillas se han apoderado del espacio de la capital.

Así lucen las obras en la futura troncal de la Cali.

Así lucen las obras en la futura troncal de la Cali. Foto: Mauricio Moreno | EL TIEMPO

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Toda metrópoli que se respete está en constante transformación. La dinámica de su crecimiento, sus nuevas demandas habitacionales o de servicios; las nuevas necesidades que se crean a partir de las tendencias globales, como el mayor uso de la bicicleta o la patineta; los procesos migratorios que están a la orden del día, y una ciudadanía cada vez más empoderada y deseosa de hacer respetar sus derechos, hacen parte de lo que podríamos llamar el sistema nervioso de una ciudad. Ese dinamismo las mantiene vivas y por ende expuestas a los vaivenes de quienes las habitan.
Hoy nos hablan de más de 500 frentes de obras importantes que se adelantan en Bogotá. Y de otras mil que se desarrollan en las localidades. Sin contar los cientos de proyectos que llevan a cabo los privados, como torres de edificios, oficinas, apartamentos, locales, etc.
Los maletines, las polisombras, las barreras metálicas, las cintas amarillas se han apoderado de los espacios de la capital. No hay un rincón de Bogotá que a pocas calles no exhiba uno o todos estos elementos. Algunos son infranqueables, como las horribles barreras de acero que ya no dejan caminar por la carrera octava con calle 11, entre la alcaldía y el Palacio de Nariño.
Otros ya hacen parte del mobiliario, como las polisombras de la bendita ciclorruta de la calle 53, que aún no concluye, o los maletines anaranjados que permanecen en los andenes pese a que los trabajos ya concluyeron. También se pudren y se los roban o quedan como símbolo de la chambonada de pasadas istraciones, como los que sobresalen en la autopista Norte, donde a todos los gobiernos les ha quedado grande arreglar el esperpento de una estación de TransMilenio mal diseñada. Y a propósito de la autopista: sigue sin ser demarcada.
Estamos dispuestos a esperar años enteros para ver las grandes obras, pero no a ver el deterioro de esa otra ciudad que también nos pertenece
Todo esto viene a cuento porque hay que levantar un monumento a la paciencia de los bogotanos. Qué coraje el que tenemos en esta ciudad para vivir año tras año en medio de este torbellino de intervenciones donde se refugian el polvo, el ruido, el cemento y el acero.
No sé qué habremos hecho los bogotanos en vidas pasadas para merecer esto. O tal vez no hicimos nada y hoy ajustamos cuentas con el desarrollo.
Nadie está en contra de que se hagan obras si se necesitan o que se cambien redes porque es vital o que se construya un sistema de transporte porque mejorará la vida. Lo que le escucho decir a las personas, además de tener paciencia, es: ¿y qué pasa con el resto de la ciudad? ¿Qué pasa con sus prados que las empresas de aseo cortan cuando les parece? ¿Qué pasa con el barrido de calles? ¿Qué pasa con la suciedad de postes y paredes? ¿Qué pasa con la indigencia o habitantes de calle que pululan sin que pareciera haber intervención oficial? ¿Qué pasa con los recicladores que se han apropiado de espacios públicos para ejercer su labor? ¿Por qué se podan árboles y no se recogen sus restos? ¿Por qué se siguen permitiendo pendones y avisos en los postes sin que se sancione a sus responsables o se retiren sin apremio? ¿Por qué los colados siguen siendo paisaje? ¿Por qué los adoquines siguen en mal estado? ¿Por qué no se han restituido los que se desprendieron en decenas de calles del centro, en particular en los alrededores de la Universidad de los Andes?
Son pequeñas cosas como estas, simples y sencillas, las que le dañan el rato a la gente y el amor por Bogotá. Porque, como decía, estamos dispuestos a esperar años enteros para ver las grandes obras, pero no a ver el deterioro de esa otra ciudad que también nos pertenece. Una caneca atiborrada de excrementos de mascotas, un andén roto, una pared sucia, una vía que se rompe para arreglar un servicio y luego se deja mal reparada, un andén invadido, una plazoleta con música que rompe los oídos, un parque como el Santander venido a menos... Todo esto es lo que nos desanima y nos vuelve pesimistas. Si tenemos que esperar, esperaremos, pero para estas pequeñas cosas solo se necesita atención y autoridad.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
Twitter: @ernestocortes28

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