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'La guerra que perdimos', el libro premiado de Juan Miguel Álvarez

Con este libro, que reúne once crónicas, el periodista recibió el Premio Anagrama de Crónica 2022. 

El jurado del premio que ganó Álvarez estuvo integrado, entre otros, por Leila Guerriero, Juan Villoro y Martín Caparrós.

El jurado del premio que ganó Álvarez estuvo integrado, entre otros, por Leila Guerriero, Juan Villoro y Martín Caparrós. Foto: Víctor Galeano

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El más reciente libro de Juan Miguel Álvarez, Premio Anagrama de Crónica 2022, tiene un título que deriva en una afirmación rotunda: La guerra que perdimos. Hablar de guerra en Colombia, o de lo que se conoce mejor como el “conflicto armado interno”, es moneda corriente.
No así hablar de un plural que nos arroja a su ámbito. Porque al decir guerra y al tenerla presente en la narrativa de los medios por varias décadas, solemos creer que esta ha ocurrido en otra parte y es ajena a nosotros, en especial a quienes habitamos las ciudades intermedias de un territorio cuya compleja geografía es un mapa exótico, donde por más de cincuenta años ha sido habitual, desde la clandestinidad, amenazar con la toma del poder a punta de fusil y tatucos.
Así, la guerra sucede en los campos minados, en las selvas del Putumayo, en las montañas indígenas del Cauca, en el calor tropical de Chocó, en los territorios del Magdalena Medio, con su olor a boñiga y pasto. Se trata de “los lugares apartados”, como leemos en el libro. De modo que la guerra la vemos desde lejos, en cámara lenta, como en una película de acción, y nos parece que eso debe suceder en otro país: “país de ardores coléricos e inhóspites”, escribió León de Greiff.
De manera que ese plural que nos condena a la derrota es nuevo, porque sugiere un balance en tiempos del posconflicto e indica que todos somos perdedores; porque en la guerra, al fin y al cabo, nadie sale ganando, salvo que se tengan intereses oscuros, y en Colombia la oscuridad hace parte del paisaje. Por fortuna existen los relatos, las historias individuales que permiten dar claridad y sentido a esta guerra que perdimos.
El libro de Álvarez, en su tejido de múltiples voces, en los tránsitos que el cronista dibuja, moviéndose de un lugar a otro en busca de testimonios e historias de vida, en terrenos cenagosos y vigilados, le agrega luz y respiración humana a lo que es necesario comprender.
En Soldados de Salamina, el narrador Javier Cercas cuenta la historia del poeta Antonio Machado y su huida en 1939, rumbo a la frontera sa, en plena invasión de Barcelona por parte de las tropas leales a Franco. En algún momento de aquel éxodo, Machado escribió: “Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro... Quizá la hemos ganado”.
El libro es editado por Anagrama y llegará este mes a las librerías del país.

El libro es editado por Anagrama y llegará este mes a las librerías del país. Foto:Archivo particular

Ganarla, para el poeta, implica que a la guerra hay que investirla de humanidad, hay que separarla de la mera estadística de historiadores y políticos, hay que desnaturalizarla para ganar en comprensión y, tal vez, para evitar la tentación de repetirla. Así leo las motivaciones del reportero Álvarez, cuando se lanza a construir historias de reclutamientos forzados por parte de las guerrillas, de mujeres que se empeñan en restaurar el tejido social con liderazgo comunitario, de dramas a causa de las ‘minas quiebrapatas’, de crímenes ordenados por los paramilitares, de desplazamientos forzados, de ‘falsos positivos’, en fin.
El lector encontrará este inventario de dolor reunido en once crónicas. Y encontrará, además, cuatro ‘Trampas de esta guerra’: breves reflexiones y ensayos en los que el cronista se distancia de las voces de personajes entrañables como Paulina Mahecha, Nevardo Antonio Sánchez, Elizabeth Moreno Barco (Chava), Nevaldo Perea, para agregar a ese inventario la lucidez de quien prefiere seguir la línea del poeta Machado, es decir, hacerse humano y desde allí, desde esa fragilidad, vislumbrar un poco más qué hay detrás de las lágrimas de doña Martha, una mujer violada por integrantes de las Farc, o qué hay de no dicho en la declaración aforística de Rosemary Betancourt, una líder del trabajo comunitario en Caquetá, secuestrada por paramilitares y varias veces amenazada de muerte: “Al miedo no le han hecho pantalones”.
Con una vertiginosidad narrativa en la que se confunden el rigor de la pesquisa y el brillo del periodismo literario con el dolor de las víctimas, mujeres, hombres y niños que habitan un país extraño, inhóspite, Álvarez se vale de la riqueza oral del colombiano para armar sus historias. Pone el lenguaje en situación, al tiempo que el cronista se pone en situación y afila una postura ética, pues su propósito es hacer “justicia narrativa en las historias de estas personas”, a quienes ha visitado para atender al tono de su atrevimiento, cuando comparten sus verdades desgarradoras.
En el marco de esa inestabilidad, brota la riqueza oral para nombrar lo incomprensible: “Una de las frases más infames que usamos en Colombia a la hora de justificar un asesinato es ‘Algo hizo, algo debía’”, escribe Álvarez en ‘Trampas de esta guerra, 1’. Tratando de desnaturalizar esa metafísica de las costumbres, el cronista también procura digerir: “Quizás, entonces, sea un mecanismo de defensa ante el horror que supone convertirnos en una víctima más, en un mísero dígito dentro de un universo de millones”. No solo los campos colombianos están minados; también lo está el campo variopinto de las palabras.
La guerra que perdimos es una dura exposición de hechos, la suma de experiencias en las que el cuerpo y la mente buscan en la palabra, en el relato contado a un tercero, sanar de algún modo. El cronista lo sabe; entiende que no ha ido a buscar historias para solazarse. Sabe que también es instrumento sanador y por eso le aplica a su trabajo una fuerte carga moral que lo hace inclinar hacia el lado de las víctimas; eso sí, cuando está en el lado de los victimarios, apacigua su malestar, para no alterar el malestar que se depositará en el lector. Al fin y al cabo: “Nadie ganó la guerra. La vivimos. La seguimos padeciendo. La perdimos”, lo reitera el cronista Juan Miguel Álvarez, cuya labor periodística ha sido premiada por un jurado internacional de lujo.

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RIGOBERTO GIL

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