El rector de la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos, regala cada año un libro diferente a los estudiantes itidos para el primer semestre del pregrado y obliga a su lectura.
En 2022 el libro escogido por el rector fue Every Day the River Changes: Four Weeks Down the Magdalena, que en buena hora acaba de publicar en español la Editorial de la Universidad del Norte bajo el título Rumores del Magdalena: un viaje por Colombia. Supe del libro hace tres años por la revista de exalumnos de Princeton. Lo pedí inmediatamente, lo leí de un tirón y me deslumbró.
El libro resultó de la tesis de pregrado de Jordan Salama en Princeton. A los cinco años tuvo su primer o con Colombia: recibió en Nueva York clases de piano de una profesora caleña llena de música y energía. En 2018, a los veintiún años, Jordan recorrió el Magdalena desde la población de Quinchana, al sur de San Agustín, relativamente cerca de la laguna en donde nace, hasta el extremo del tajamar de Bocas de Ceniza, en donde confluyen el río y el mar.
Antes de su aventura, Jordan leyó todo cuanto pudo sobre el río. Desde La crónica grande del río de la Magdalena –“la colección más diversa y completa jamás publicada de escritos sobre el río”– hasta El amor en los tiempos del cólera. Viajó por tierra en camionetas, buses, en una ‘motobalinera’ por los rieles del ferrocarril, en mulas, en canoas de madera y en una chalupa entre Barrancabermeja y El Banco. Pasó varios días escuchando la historia de las gentes que iba encontrando en los pueblos a las orillas del Magdalena. Sabía lo que quería ver. Por ejemplo, los hipopótamos en el Magdalena Medio, Mompox y el ‘biblioburro’. Pero se llevó sorpresas horripilantes, como la de los cadáveres flotantes boca abajo en Puerto Berrío, en donde los sepultaban como NN y les pedían bendiciones a sus tumbas.
El libro narra prodigiosamente la vida de los pobladores del río: sus tristezas y sus alegrías, su pobreza, su magia, sus pesadillas, su abandono, y el impacto de las violencias colombianas, especialmente del paramilitarismo y la guerrilla. Queda impresa la nostalgia de los viejos que conocieron el río en sus mejores épocas, cuando los barcos de vapor surcaban el río con pasajeros y carga y en las orillas se avistaban árboles y bosques nativos. Lo mismo que la desesperanza de los jóvenes, mujeres y hombres, interesados, al menos, en la protección de la fauna y la flora en el ecosistema del río.
El Estado no aparece en ninguna parte en el recorrido. En Cocorná, Jordan ve los hipopótamos y cuatro soldados. En Barranca, acude a la oficina de Cormagdalena porque quiere saber qué se hace para revitalizar el río, pero nadie le responde. Allá es testigo de la decadencia de la ciudad. En El Banco, dice, “comienza el Caribe colombiano” y aparece la mezcla de árabes, afrocolombianos y cumbia. En Mompox conversa con el orfebre de 80 años dedicado a la filigrana del oro y camina por un “lugar mágico en su soledad”. Desde allí busca y encuentra los burros de los libros y a Luis Soriano, el hombre que lo conduce a los hogares y les lee a los niños en las escuelas.
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La contribución de Jordan a la Colombia de hoy es enorme. El río Magdalena es testigo del olvido nacional. Los niños y los jóvenes no lo saben dibujar en un mapa. Este libro debería ser lectura obligada, como en Princeton, en las escuelas y las universidades. Porque, como le afirmó una anciana mujer a Jordan:
“Entender el río Magdalena es entender a Colombia, y quizás Colombia sea el país más incomprendido del mundo”.
Creo haber entendido un poco mejor a Colombia después de la lectura de este libro maravilloso, cuya lectura recomiendo con el corazón y con la cabeza.