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El hallazgo del ave del terror en Colombia que resuelve un misterio de la paleontología
El descubrimiento de un fósil de este animal ya extinto en el desierto de La Tatacoa es el primer registro que se hace en el norte de Suramérica.
Luis Gonzalo Ortiz Pabón, coautor del estudio, analizando el fósil del ave del terror recolectado en el desierto de La Tatacoa. Foto: Sergio Acero Yate. EL TIEMPO
Con ese pausado acento que caracteriza a los huilenses, César Perdomo, un campesino y ganadero que vive en el desierto de La Tatacoa, relata que durante su infancia, en esta región en la que de la tierra brotan por doquier huesos fosilizados de una fauna ya extinta, hubo quien alguna vez recuperó los restos de una extraña ave. “Yo era muy niño pero me acuerdo, por eso yo les contaba a las personas que aquí existió un ave del terror, pero una cosa eran mis palabras campesinas y otra eran los hechos, ese material se perdió”, recuerda.
Sin embargo, pese a los recuerdos de don César, durante mucho tiempo para los investigadores del mundo se había mantenido como una incógnita el paso que esta particular ave pudo haber hecho por el norte de Suramérica. Un animal que le debe su popular nombre al miedo que inspira por su gran tamaño –algunos grupos pueden llegar a medir hasta dos metros– y a su gran cabeza con forma de hacha terminada en un afilado y letal pico.
Y es que, hasta ahora, restos de fororrácidos (Phorusrhacidae) –como se le conoce a esta familia de aves extintas– solo se habían encontrado en lo que hace millones de años fueron amplias praderas principalmente en el sur del continente y algunos pocos al norte. Un hecho que cambió el pasado lunes cuando, en una publicación en la revista Papers in Palaeontology, finalmente se registró para la ciencia el hallazgo de un ave del terror en Colombia.
La descripción, realizada a partir de una pieza colectada por el propio César hace unos 20 años, es la prueba de que estas grandes aves corrieron en algún momento por lo que hoy es el desierto de La Tatacoa. En una serie de afortunados eventos, esa afición que desde niño sintió don César por los fósiles lo llevó a consolidar el museo La Tormenta en el municipio de Villavieja (Huila), una institución por la que no pasan solo turistas, sino también investigadores colombianos y extranjeros interesados en el estudio de los miles de fósiles que durante años este hombre de origen campesino ha colectado.
Representación del ave del terror. Foto:Andrés Bernal Roñoso & Chandoso @ronosoychandoso
Entre los fósiles que juiciosamente recoge en sus salidas a campo –las cuales repite varias veces a la semana desde hace unos 40 años– encontró una pieza que durante dos décadas esperó entre los anaqueles de La Tormenta hasta encontrarse en el 2023 con el paleontólogo peruano Rodolfo Salas Gismondi quien, aunque ha enfocado sus investigaciones en cocodrilos, tan pronto sostuvo entre sus manos el fragmento de una pata de un animal hasta ese momento desconocido, supo que debía tratarse de un ave.
“Como es una parte distal, un borde del hueso, tiene caracteres que permitirían identificarlo. Él lo que dijo fue ‘me parece raro este hueso’. Le causó curiosidad porque no parecía ni el hueso de un mamífero, ni de un reptil. Y ahí fue cuando, con el tamaño, a todos se nos prendió la luz de ¿será que es un ave del terror? Pero era algo medio difícil de pensar porque, aunque todos sabíamos que debía estar, nos parecía imposible que estuviera justo ahí en el museo de César esperando”, detalla el profesor del departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes, Andrés Link, uno de los autores del estudio.
Un ave carismática
“Un ave del terror es un ave muy carismática de la cual se tiene un registro de hace aproximadamente unos 45 millones de años, del Eoceno hacia acá. Sus últimos registros, en el Pleistoceno, son de más o menos unos dos millones de años a 12.000 años. Como su nombre lo indica, es un ave que da miedo. Tiene diferentes subfamilias, la familia principal es la Phorusrhacidae, que varían en su tamaño, pero lo usual es que sean muy grandes”, asegura Luis Gonzalo Ortiz Pabón, coautor del estudio, licenciado en Biología de la Universidad Pedagógica Nacional y maestrante en ciencias Biológicas de Uniandes.
El año pasado estas aves lograron protagonismo en Netflix, por cuenta de la serie documental La vida en nuestro planeta (Life on our planet) –producida por Steven Spielberg. Como consultor la serie contó con el paleontólogo argentino Federico Degrange, uno de los principales especialistas en el estudio de estos animales en el mundo. Un científico que también sería clave para resolver el misterio de si la pieza hallada por César en La Tatacoa era o no un ave del terror.
Degrange tuvo a su cargo la descripción anatómica del espécimen, la cual permitió determinar que efectivamente se trataba de un animal de este tipo. Mientras que desde Colombia, Ortiz Pabón tuvo a su cargo hacer la interpretación geológica del lugar en el que fueron hallados sus restos y cómo pudo ser la vida de esta ave del terror hace unos 12 millones de años.
“Particularmente este fue encontrado en una capa en donde hay conglomerados, unas rocas grandes que contienen otras más pequeñas de diferentes tamaños de entre dos o siete centímetros y eso es lo que nos indica es que habían muchos canales”, detalla Ortiz Pabón, quien además señala que por unas marcas encontradas en el fragmento de la pata que estudiaron, interpretan que esta ave recibió una mordida de un caimán ya extinto que pudo haber ocasionado su muerte.
Adicionalmente, los investigadores infieren que, aunque en La Tatacoa lo que han mostrado los estudios es que hace millones de años lo que hoy es una vegetación seca estuvo cubierta por un bosque húmedo neotropical, similar a lo que es hoy la Amazonia aunque con más ríos, también tuvo algunos espacios abiertos de pastizales por donde pudieron haber corrido estas descomunales aves que alcanzaban hasta los 70 kilómetros por hora.
Pero los investigadores aceptan que no es mucho lo que se puede reconstruir de la vida de este animal, ni siquiera su especie. “Lo que tenemos es muy fragmentario. Con el trabajo de Federico pudimos saber a qué familia pertenece. Son aves del terror que son rápidas, cursoriales y depredadoras. Probablemente este sea uno de los más grandes que ha existido”, indica el profesor Link.
De hecho, estiman que esta ave del terror en particular es aproximadamente entre un 5 por ciento y un 20 por ciento más grande que los forusrácidos conocidos, dice Siobhán Cooke, profesora asociada de anatomía funcional y evolución en la Universidad Johns Hopkins y coautora del estudio. Mientras que los fósiles descubiertos anteriormente indican que las especies de aves del terror medían entre uno y tres metros de altura.
El profesor del departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes, Andrés Link, uno de los autores del estudio. Foto:Sergio Acero Yate / El Tiempo
Unos pocos
Pese a las incógnitas que permanecen alrededor de la vida de esta ave del terror, para el profesor Link el fragmento de la pata de este animal brinda respuestas importantes sobre la distribución de este grupo.
“Siempre se pensó que en las zonas tropicales debió existir para que pasara a Estados Unidos, pero surgen dudas sobre cómo lo hizo si es una ave muy grande que de pronto no estaría muy bien adaptada para una selva muy cerrada. Habitaba en zonas de praderas más abiertas y, de hecho, ahí aparece con una cantidad de registros en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil. Pero ahora aparece este animal que nos muestra que seguramente estaba distribuido por todo Suramérica pero no teníamos registros todavía”, señala el investigador.
¿Por qué han sido tan escasos los hallazgos de estos animales en esta parte del continente? Los expertos explican que puede tratarse simplemente de los misterios de la paleontología o de que no fuera un población muy numerosa.
“Siempre hay generalmente más presas, más herbívoros y menos depredadores en número. También es terrestre y en La Tatacoa pareciera que en muchas zonas hay muchos vestigios de animales acuáticos y que la parte terrestre no ha tenido tantas condiciones para fosilizarse aunque sí se dio”, explica el profesor Link.
En lo que hoy es un paraje desértico en ese momento era una selva en la que vivía una de las faunas más ricas que se han visto en Suramérica. “Hemos encontrado cocodrilos de 11 metros de largo, micos, serpientes, árboles gigantescos. Este sitio es una maravilla, es el Amazonas que teníamos antes, que nos muestra cómo el clima siempre está cambiando”, asegura el paleontólogo colombiano Carlos Jaramillo, investigador del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales (Stri), quien detalla que fue como consecuencia del surgimiento de las cordilleras de los Andes en la geografía colombiana que este sitio se transformó en el desierto que vemos hoy en día.
Durante 20 años este fragmento de la pata del ave del terror permaneció sin ser descrita en la colección del museo La Tormenta en Villavieja, Huila. Foto:Sergio Acero Yate / El Tiempo
Que los registros de aves del terror sean tan escasos –si consideramos el rastro perdido que recuerda César– puede deberse a que estos animales eran particularmente raros en este ecosistema, a que habitaban en lugares donde no resultaba tan fácil que se fosilizaran o incluso a las dificultades para que los huesos de aves se preserven.
“Una característica de los huesos de las aves es que el tejido cortical no es tan grueso como en mamíferos o en otros reptiles. Son huesos huecos, eso se degrada mucho más fácil y esto hace que usualmente no se fosilice”, indica Ortiz Pabón, quien añade que las dificultades para identificar posibles restos de estos animales que se hayan recolectado también puede recaer en la falta de paleontólogos especializados en aves. “Hasta el momento solo está Jonathan Pelegrin, coautor del artículo, y yo, su estudiante. No hay muchas personas que tengan el ojo especializado para encontrar huesos de aves”, afirma.
Entre tanto, para don César este hallazgo es un motivo de orgullo para el país y la prueba de que las expediciones de paleontólogos que han visitado la región rinden sus frutos.
“Si Rodolfo no hubiera venido ahí estaría la pieza todavía guardada. Todos somos una familia para proteger el patrimonio, eso es importante para Colombia, para Villavieja, para la humanidad y para la ciencia”, declara el director del museo de La Tormenta, donde hoy los investigadores tienen varias piezas en estudio de las que esperan hacer nuevos hallazgos.