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Maíz Kernel: crispetas de San Victorino para el mundo
Dos inquietas hermanas lograron sacar las crispetas del cine y seducir a los golosos.
Las crispetas con chocolate Kinder y una de las presentaciones de Maíz Kernel. Foto: Andrés Caicedo
Como las del cine, pero sin función de por medio. Con esa idea partió Maíz Kernel al preparar sus primeras crispetas. Fue mucho antes de que sus recetas con base de chocolate florecieran hasta convertirse en un hit entre los clientes que se arriesgaron a salir de la sal y el caramelo, que, además, están entre sus diez sabores.
Maíz Kernel, con su bonito empaque de papel, nació en una tienda de El Gran San, en San Victorino, Bogotá. Fue el cuarto intento de emprendimiento de dos hermanas, Daniela y Paula Castaño, cuya familia tiene una larga tradición comercial en el sector.
Daniela recuerda que la apertura coincidió con el comienzo de la temporada de Navidad del 2018. Era extraño abrirla allí, porque el entorno era de empanadas, papas rellenas y otras ofertas similares. “Es difícil competir con la empanada, pero queríamos crear otro momento de consumo con algo igual de popular y accesible”.
Y tenían razón: efectivamente, el público valoraba encontrar tan cerca esas crispetas “como las del cine”. El siguiente paso era que empezaran a identificarlas por su nombre, y eso exigía diferenciarse.
Esta necesidad coincidió con la pasión de Paula por la chocolatería. Formada en microbiología, carrera que, según su hermana, terminó a las malas, había tomado cursos de pastelería que le descubrieron esta vocación que le dio el toque “transgresivo” a este emprendimiento.
“Empezamos a experimentar –recuerda Daniela– y cuando ofrecíamos los nuevos sabores, la gente decía: ‘Mejor deme de caramelo’. Pero estábamos seguras de su potencial y las pruebas con nuestros amigos habían sido exitosas”.
Con la pandemia, las cuarentenas y el cierre de El Gran San, las hermanas se vieron en la necesidad de acelerar esa diferencia. “Descubrimos que cuando cerró el cine, la gente quería seguir comiendo crispetas de caramelo”, dice Daniela. Pero en cuarentena desarrollaron las de crema de Nutella y las de Ferrero Rocher.
Daniela Castaño Forero Foto:Hector Fabio Zamora. EL TIEMPO
El emprendimiento consiguió impulsos providenciales. Tocaron puertas del mundo corporativo, y varias empresas empezaron a llamarlas para encargarlas de regalo para sus empleados. Ese nuevo movimiento de trabajo incluso les mejoró una receta. Usaban una mantequilla que pregonaba ser especial para pop corn, pero, confiesa Castaño, no les gustaba del todo a sus clientes.
Un día las llamaron de Alpina y les dijeron: “Nos han hablado mucho de sus crispetas y...”. Querían que les hicieran una buena producción, pero evidentemente con su mantequilla. El cambio desató un boom y una alianza inmejorable para la pequeña producción de Maíz Kernel.
Desarrollar los empaques también tuvo un camino largo hasta que lograron unos que conservan la sensación de recién hechas. Han hecho envíos a toda Bogotá, a Bucaramanga, a Cali, y vencieron el temor de sus clientes de que pudieran llegar “chicludas”.
Hoy tienen sabor de chocolate con almendras y un paquete curioso, el de Kinder: que integra no solo barritas de esa marca de golosina, sino también de los famosos huevos Kinder infantiles, con sorpresa y todo.
“Siempre la base es un chocolate semiamargo, al 55 por ciento de cacao, para que combinen con el topping –el Ferrero, la Nutella, los productos Kinder– o el chocoalmendras. Para este, revolvemos la base con las almendras horneadas”, ilustra.
En la línea de sal, además, hay unas con queso cheddar: “No es saborizante ni tiene nada artificial”, aclaran. Y están las picantes, con chile habanero, de picor medio que guste entre amantes del picante y, al mismo tiempo, a “los más tímidos”.
Hoy, Maíz Kernel sigue siendo una oferta artesanal, con 10 sabores –y algunas ediciones especiales como la que hicieron hace algunas semanas con chocolate Ruby–. Dice su fundadora que no aspira a tener muchas recetas simultáneas. Sueña que sus 10 sabores sean “los clásicos”, cuando el negocio crezca.
Por ahora siguen en El Gran San, con una “maravillosa demanda en el sur de Bogotá”, y tienen un punto de distribución para el norte, en la zona de El Virrey. El sueño es tener más tiendas, pero no incluye –ni por un momento– salir de San Victorino. “Aunque se mire por encima del hombro el comercio popular de San Victorino –dice Daniela–, nuestro ejercicio es combatir la idea de que se encuentran cosas a medias. De ahí han salido productos icónicos. Le estamos aportando brillo a El Gran San, aunque brilla con luz propia”.